Domingo XX. Tiempo durante el año. Ciclo A. Domingo 16 de Agosto de 2020

Domingo 20º Tiempo durante el año. Ciclo A. domingo 14 de agosto de 2011

Is  56, 1. 6-7                           “Conduciré a los extranjeros hasta mi santa Montaña”

Rom 11, 13-15. 29-32            “Los dones y el llamado de Dios a Israel son irrevocables”

Mt 15, 21-28                          “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

EVANGELIO

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio. Pero Él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos. Jesús respondió: Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: ¡Señor, socórreme! Jesús le dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros. Ella respondió: ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños! Entonces Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó sana.
Comentario

Rompiendo las fronteras

Jesús partió de galilea, luego del milagro de caminar sobre el agua en el lago de Genesaret, para dirigirse a otra región, atravesando las fronteras de su territorio, para ingresar en tierras habitada, en su mayoría  por paganos. Tiro y Sidón, hoy pertenecientes al Líbano, eran dos ciudades fenicias, en la costa del mediterráneo. No solo el Señor va con sus discípulos para atender a su formación, sino que abre la puerta de una futura universalidad de la misión en la Iglesia, mirando a todos los pueblos. De esta manera educa a sus discípulos, a que los paganos también son destinatarios del mensaje de Salvación. En su corazón ya no hay fronteras, aunque las haya entre los pueblos.

En esa región estaban los cananeos, habitantes de Canaán, la tierra prometida, que anunció Dios al Patriarca Abraham. Así lo expresa el libro del Génesis, (17,7-8)

Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las generaciones. Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tú Dios y el de tus descendientes. Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tus descendientes, toda la tierra de Canaán, esa tierra donde ahora resides como extranjero, y yo seré su Dios.

Una mujer cananea, que procedía de esa región, al encontrarse con el Señor, comienza a gritar, pidiendo con desesperación por su hija atormentada por el demonio. Estos pueblos idólatras, y supersticiosos, eran proclives a las acechanzas del demonio. Seguramente habiendo acudido a otros caminos buscando la liberación de su hija, aprovecha la oportunidad de su vida, al pasar Jesús por su tierra. Reconoce su soberanía divina, lo llama Señor, su mesianismo, le dice, Hijo de David, y su compasión por los enfermos; exclama: Ten piedad de mí, es decir, de mi aflicción, dolor y sufrimiento interior, al no saber que hacer por mi hija amada.

La primera respuesta del Señor, es sorprendente. Su silencio. “No le respondió nada”. Jesús seguía caminando y la cananea seguía gritando. Ahora aparece la petición de los impacientes discípulos, atormentados por los fuertes gritos de la mujer. Dice el relato: “Atiéndela, porque nos persigue con sus gritos” La segunda respuesta del Señor, ahora a sus discípulos, causa nueva sorpresa: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” Jesús como el Buen Pastor, va a salir a buscar en primer lugar a las ovejas extraviadas, el pueblo judío, herederos de las promesas, pero abierto a la salvación de la humanidad. La mujer cananea escucha la respuesta aparentemente dura del Señor, e insiste nuevamente, ahora postrándose delante El, mostrando su profundo dolor y necesidad, exclamando: “Señor socórreme” La tercera respuesta de Jesús puede desconcertarnos: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros” Este refrán popular  hace referencia al pueblo judío; los hijos, mientras que los cachorros eran los paganos. Es admirable la perseverancia de la mujer cananea, que ante esta respuesta, no se da por vencida y le responde a Jesús: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!” El pan de la abundancia que les ofreció el Señor a su pueblo, con milagros, enseñanzas, no fue aprovechado. Ella  solo pide, mendiga, unas migajas de su poder. Y este fue el argumento que permitió a Jesús, reconocer verdaderamente la fe probada de la cananea: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó sana.

La Perseverancia de la oración

Este texto tiene muchas enseñanzas. Una, es la valiosa petición de la cananea. Reconoce a Jesús como Señor, Mesías, y  Padre Misericordioso, frente a la incredulidad de algunos judíos, expone su necesidad con palabras, claras y sencillas, insiste sin desanimarse ante las respuestas de Jesús, y expresa con humildad, postrándose ante El, su necesidad. Es una lección de oración, acompañada de esas cualidades básicas: fe, confianza, perseverancia y humildad.

Esta mujer pagana, anticipa la universalidad de la salvación que Jesús ofrecerá al mundo. La primera lectura de Isaías lo anuncia: “Porque muy pronto llegará mi salvación y ya está por revelarse mi justicia. Y a los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para servirlo”

San Pablo presenta en la segunda lectura el misterio de la incorporación de los pueblos paganos al seno de la Iglesia, esperando la conversión final del pueblo elegido: “Hermanos: A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio provocando los celos de mis hermanos de raza, con la esperanza de salvar a algunos de ellos. Porque si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo, su reintegración, ¿no será un retorno a la vida?”

Otra enseñanza para nuestra vida es el aparente silencio de Dios, que puede escandalizar el corazón creyente. Dice al respecto el Padre Franciscano Capuchino, Rainero Cantalamessa:

Una de las causas más profundas de sufrimiento para un creyente son las oraciones no escuchadas. Hemos rezado por algo durante semanas, meses y quizá años. Pero nada. Dios parecía sordo. La mujer Cananea se presenta siempre como maestra de perseverancia y oración. Quien observara el comportamiento y las palabras que Jesús dirigió a aquella pobre mujer que sufría, podía pensar que se trataba de insensibilidad y dureza de corazón. ¿Cómo se puede tratar así a una madre afligida? Pero ahora sabemos lo que había en el corazón de Jesús y que le hacía actuar así. Sufría al presentar sus rechazos, trepidaba ante el riesgo de que ella se cansara y desistiera. Sabía que la cuerda, si se estira demasiado, puede romperse. De hecho, para Dios también existe la incógnita de la libertad humana, que hace nacer en él la esperanza. Jesús esperó, por eso, al final, manifiesta tanta alegría. Es como si hubiera vencido junto a la otra persona. Dios, por tanto, escucha incluso cuando… no escucha. En él, la falta de escucha es ya una manera de atender. Retrasando su escucha, Dios hace que nuestro deseo crezca, que el objeto de nuestra oración se leve; que de lo material pasemos a lo espiritual, de lo temporal a lo eterno, de los pequeño a lo grande. De este modo, puede darnos mucho más de lo que le habíamos pedido en un primer momento.

Una reflexión final, nos ayudará a meditar este hermoso pasaje: Dice el Padre Sánchez de Alba:

El hombre tiende a responsabilizar a Dios del mal que le rodea y que se debe al uso torcido que él mismo hace de la libertad que Dios le ha concedido. Esta madre, la mujer cananea, no protesta, no acusa, sino que postrándose ante Jesús le dice: “Señor, ayúdame”. Sí, pero ¿quién podría contar el número de los que desertaron de la vida de oración retirándole a Dios su confianza al no ver atendidas sus peticiones? ¿Para qué sirve rezar?, se dice con despecho al ver que los males no se solucionan. Que Dios no nos dé siempre lo que le pidamos no quiere decir que no nos haya oído. Es éste un error frecuente. Querer que Dios ejecute nuestros deseos no sería pedir sino mandar. ¿Y qué pedimos la mayoría de las veces? El alejamiento del dolor, el éxito fácil, la solución rápida de un problema. Y nuestro Padre Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, deja que los acontecimientos sigan su curso porque de ellos se derivará un bien mayor para nosotros. Ignorantes o impulsivos pedimos piedras en lugar de pan.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario