Domingo 7°. Tiempo durante el año. Ciclo C. Domingo 20 de Febrero de 2022

Domingo 7° Tiempo durante el año. Ciclo C. Domingo 20 de Febrero de 2022

1° Sam 26, 2. 7-9. 12-14. 22-23 “El Señor te entregó en mis manos pero que no quise atentar contra el ungido”

1 Cor 15, 45-49   “Como hemos sido revestidos del hombre terrenal, también lo seremos del hombre celestial”

Lc 6, 27-38           “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso”

Evangelio

Jesús dijo a sus discípulos:
Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿Qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿Qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
    Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.

Comentario

El deseo de venganza

En la primera lectura se narra, que el rey Saúl salió con un ejército para dar caza mortal a David y, de una forma casi milagrosa, el joven tuvo la oportunidad de matar a Saúl mientras dormía en su tienda. Este era el deseo y pedido contrario que tenía Abisai, del grupo de David. Dice el texto:

«Dios ha puesto a tu enemigo en tus manos. Déjame clavarlo en tierra con la lanza, de una sola vez; no tendré que repetir el golpe».

Sin embargo, David respetó la vida de Saúl y pudo demostrar al rey que, de haber querido su mal, no le hubiera robado la lanza, sino que le hubiera insertado con ella. Se trató de un gesto religioso al considerar como intocable al ungido del Señor, pero también un ejemplo de cómo debemos devolver bien por mal.  Al amor solamente se puede responder con gratitud y con amor. Primero fue el hombre terreno, Adán, dice San Pablo en la segunda lectura, después el hombre celestial que es Cristo. Primero es lo imperfecto y después lo perfecto. Si del hombre terrenal heredamos toda una corporeidad, del hombre celestial heredaremos un cuerpo glorioso. Esto nos dice también cómo lo sobrenatural se construye sobre lo natural. Lo que el cristianismo nos exige es el amor, y el amor es lo contrario del toma y da. El amor se entrega sin esperar nada a cambio. Quien espera recompensa por sus actos, actuará por obligación, por quedar bien, para ser correspondido o por lo que sea, pero no por verdadero amor. Dice un hermoso y verdadero dicho popular: “El bien se hace, pero no se dice. Y algunas medallas se cuelgan en el alma no en el cuello”

No juzguen severamente

El Evangelio de este Domingo es rico en apuntes prácticos y, como consecuencia, también nuestro comentario tendrá un itinerario más sencillo y concreto de lo acostumbrado. Dice el pasaje de San Lucas:

“Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman”. Si ya esto es difícil a nuestros pobres y limitados oídos escucharlo, cuanto más entenderlo, sino fuera por el testimonio y la gracia de Dios

Todo está resumido en la así llamada «regla de oro» de la actuación moral, que se lee precisamente en este punto del Evangelio: Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes”

Esta regla, si se pusiese en práctica, bastaría por sí sola para cambiar la fisonomía de la familia y de la sociedad en la que vivimos. El Antiguo Testamento en su forma negativa ya la conocía: “No hagas a nadie lo que no te agrada a ti” Tob 4,15 

Jesús la propone en forma positiva: «Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes”, que es mucho más exigente. Una de las máximas de Jesús, la que nos dice que hay que hacer bien a los que nos odian, viene ilustrada en la primera lectura de hoy con el ejemplo del rey David como comentamos en la primera lectura. Un gesto, sin duda, magnánimo; pero, en comparación con el Evangelio nos hace distinguir cuánto este último sea más exigente. David no se venga, porque no quiere atraer sobre sí la maldición por haber matado a un hombre consagrado por el Señor, sino que quiere que sea Dios mismo el que le haga justicia respecto a Saúl. Jesús en el fragmento evangélico dice:

“Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos”.
Se trata de imitar, como un don del Cielo el estilo de Jesús, que es misericordioso con todos, como lo demostró en la cruz. Entre otras cosas, amar a los enemigos es el mejor modo de… ya no tener más enemigos. Detengámonos en una de frase, que toca de cerca a nuestra vida cotidiana, la que se refiere a los juicios:

“No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados”

El sentido de estas palabras es este, no juzgues a tu hermano, hasta que Dios no te juzgue a ti; mejor aún: no juzgues a tu hermano, porque Dios no te ha juzgado a ti. Quiere decir: sólo Dios puede juzgar porque sólo él conoce los secretos del corazón, el «por qué», la intención y el fin de toda acción. Pero, nosotros, ¿qué sabemos de lo que pasa en el corazón de otro hombre cuando realiza una determinada cosa? ¿Qué sabemos de todos los condicionamientos a los que está sujeto, a causa del temperamento, de la educación, de los complejos y de los miedos, que lleva dentro? Querer juzgar para nosotros es una operación muy arriesgada. Es como arrojar una flecha con los ojos cerrado sin saber dónde irá a golpear; nos exponemos a ser injustos, despiadados, cerrados u obtusos. Basta observar cuán difícil nos es entender las razones de nuestro mismo actuar para darnos cuenta de cómo sea imposible del todo descender hasta las profundidades de otra existencia y saber por qué se comporta de un cierto modo. Nuestros juicios son casi todos «temerarios», esto es, arriesgados, basados en impresiones y no en certezas. Son fruto de prejuicios. Hay  que entender una cosa: cuando juzgamos, nosotros, en la práctica, nos atribuimos  responsabilidad de decidir sobre el destino eterno de nuestro semejante. Ejercitamos, por cuanto nos corresponde a nosotros, un derecho de vida y de muerte. Sustituimos a Dios. Pero, ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nuestro hermano? ¿Cómo se puede vivir sin jamás juzgar? El juicio está implícito en nosotros hasta con una mirada. No podemos observar, escuchar, vivir, sin ofrecer automáticamente valoraciones. Un padre, un superior, un confesor, quienquiera que tiene una responsabilidad sobre los demás, debe juzgar. ¿Y qué podemos decir de los magistrados, que actúan como jueces a plena jornada y por profesión? Partiendo del Evangelio, ¿están ellos condenados? Recapacitando mejor, descubrimos después que el Evangelio no es tan ingenuo como podría parecer a primera vista. ¡Él no nos prescribe tanto el quitar de nuestra vida el juicio, cuanto de impedir el veneno de nuestro juicio! Esto es, la parte de rencor, de rechazo, de venganza…, que frecuentemente se mezcla en la misma objetiva valoración del hecho. El mandamiento de Jesús: «no juzguen y no serán juzgados» es seguido inmediatamente, como ya hemos visto, por el mandamiento «no condenen y no serán condenados». La segunda frase sirve para explicar el sentido de la primera. De por sí, juzgar es una acción neutral; el juicio puede terminar bien sea en una condena como en una absolución. Son los juicios «despiadados» los que vienen puestos aparte por la palabra de Dios; los que, junto con el pecado, condenan también sin apelación al pecador. Se trata de condenar al pecado e intentar la salvación eterna del pecador. Jesús decía que no había venido al mundo «para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él» (Juan 3,17). Para entender la diferencia entre el juicio de condenación y el de salvación, pongamos un ejemplo muy sencillo. Una madre y una persona extraña pueden juzgar por el mismo defecto a un niño, que obviamente él tiene. Pero, ¡cuán distinto es el juicio de la madre del de la persona extraña! La madre sufre por aquel defecto, como si fuese suyo; se siente responsable; en ella arranca el deseo de ayudar al niño para corregirse; por ahí no va a propagar a los cuatro vientos el defecto de su niño. Si nuestros juicios sobre los demás se asemejan a los de una madre o a los de un padre, juzguemos mientras queramos hacerlo. No pecaremos, sino que haremos actos de caridad. Estas palabras exigentes del Señor, nos hace distinguir entre el amor natural, simpático que podemos tener a personas buenas y nobles y ese amor sobrenatural que viene de Dios que nos exige, nos apremia a amor con el amor con Dios los ama. Por eso dice el texto: “Si aman a aquellos que los aman, ¿Qué mérito tienen?”

Acá está el desafío, posible, esmerado, pedido, querido y solicitado al Señor, contrario a la ilógica del mundo presente que busca casi irremediablemente no justicia, sino muerte cruel, y condena eterna

El Papa Francisco

En unas de sus atrayentes y didácticas homilías el Papa Francisco hace una reflexión sobre el evangelio de este domingo, que puede ayudarnos a revisar nuestros pensamientos, palabras y acciones:

“En las reuniones que tenemos, una comida o cualquier otra cosa, pensemos de esas dos horas, ¿Cuántos minutos hemos perdido juzgando a los demás? Esto es el ‘no’ que no hay que hacer. ¿Y cuál es el ‘sí’? Sean misericordiosos…. Los cristianos no deberían caer nunca en el chismorreo o en la lógica de los insultos, que genera solo la guerra, sino encontrar siempre tiempo para rezar por las personas fastidiosas. Ese es el estilo cristiano, ese es el modo de vivir cristiano. ¿Y si no hago esas cuatro cosas? ¿Amar a los enemigos, hacer el bien a los que me odian, bendecir a los que me maldicen, y rezar por los que me tratan mal, no soy cristiano? Sí, eres cristiano porque has recibido el Bautismo, pero no vives como un cristiano. Vives como un pagano, con el espíritu de la mundanidad” (Febrero 2018)

Bendecido Domingo. Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario