Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo B. domingo 3 de marzo de 2024

Ex 20, 1-17                                        “La Ley fue dada por medio de Moisés”

1º Cor 1, 22-25                                 “Nosotros predicamos a Cristo crucificado”

Jn 2, 13-25                                        “Pero El, se refería al templo de su cuerpo”

Evangelio

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio.»

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?»

Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»

Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?» Pero Él se refería al templo de su cuerpo.

Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: Él sabía lo que hay en el interior del hombre.

Comentario

Jesús, es el Nuevo Templo

            La cuaresma es un itinerario o camino hacia la montaña santa, hacia la luz Pascual. En este camino exterior e interior, cada domingo es como detenerse en una estación para contemplar la escena, reflexionar y animarse a seguir. Este viaje comenzó el miércoles de ceniza y tiene siete domingos. El sexto domingo es domingo de ramos y el séptimo pascua de resurrección.

            La liturgia nos invita a pararnos en este tercer domingo de cuaresma. Cada domingo nos presenta diferentes escenarios de la vida de Jesús. El primero domingo fue el desierto, el segundo domingo, fue la montaña. Este tercer domingo el templo.

            El Templo de Jerusalén, será construido en tiempo del Rey Salomón, (Año 966 A. C) el hijo del Rey David. Durante la invasión del Imperio Babilónico, con el Rey Nabucodonosor, será destruido. (Año 596 A. C) En tiempo de Zorobabel (Año 537 A. C) comienza la reconstrucción. El Rey Herodes será el artífice de la obra final del Templo. (Año 19 A. C) Allí Jesús, en ese templo vivirá muchos episodios de su vida.

            Al acercarse la pascua, una de las tres fiestas judías más importantes, juntas con la fiesta de los Tabernáculos o de las Tiendas, y Pentecostés o de las cosechas, Jesús sube nuevamente a Jerusalén. El Señor tenía un gran respeto por la casa de Dios. La visitó siendo niño, a los cuarenta días, cuando María y José lo llevaron para su presentación y rescate. A los doce años, lo encuentran en el templo, conversando con los doctores. Todos los años, como narra San Lucas, iba para la fiesta de la Pascua (Lc 2, 41) y durante su ministerio público, hacia peregrinaciones a Jerusalén.

            Cuando llega al atrio del templo, encuentra a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas, comerciando con sus productos, como si fuera una feria. Es el motivo de su santa ira, enojo o indignación, movido por el celo de la casa de Dios. Por eso hace un látigo de cuerdas para expulsarlo o sacarlos de ese lugar, pero sin lastimarlos o herirlos físicamente. Gran susto se habrán llevado, al verlo así, cuando lo miraban siempre fuerte y manso de corazón. Pero también gran lección dejo en el corazón de su pueblo. Se estaba profanando la casa de Dios

            La palabra templo en el relato aparece cinco veces. Pero va teniendo distintos sentidos a medida que avanza el relato. En primer lugar, se refiere al templo físico, el templo de Jerusalén, lugar de la presencia de Dios, monumental construcción que será destruida en forma definitiva, en tiempo de Tito, en el año 70, como un anuncio del fin del templo del mundo, para inaugurar los cielos nuevos y la tierra nueva, en el templo celestial.

            En segundo lugar, se refiere al templo de su cuerpo, donde habita la plenitud de su divinidad, como dirá San Pablo. Por eso los judíos no entienden el significado de sus palabras, cuando les dice que destruyan este templo, y en tres días lo volveré a construir, haciendo referencia al templo de su cuerpo. La reconstrucción es su propia resurrección.

            En tercer lugar, se refiere al templo del corazón. Dirá: “Él sabía lo que hay en el interior del hombre”. De la misma manera se expresará San Pablo en la primera carta a los Corintos: (3, 16)

“¿No saben ustedes que son Templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a el. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo”

            Jesús purificó el templo con su palabra y con su acción, como un gesto profético. Jesús es el nuevo templo de Dios. Ahora encuentro a Dios en Jesús, porque es Dios hecho hombre.

La Iglesia, Casa de Dios

            La primera lectura presenta el texto del decálogo, los diez mandamientos, la Alianza de Dios con su Pueblo.  Ahora Jesús, es el nuevo Moisés, que en la montaña de las bienaventuranzas anuncia nuevamente los mandamientos, pero dándole un sentido de profundidad y plenitud. El mismo es la santidad de la ley.

            El Cardenal Rainiero Cantalamessa hace una síntesis de la vivencia de los mandamientos.

“El hombre moderno no comprende los mandamientos; los toma por prohibiciones arbitrarias de Dios, por límites puestos a su libertad. Pero los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor y de su solicitud paterna por el hombre. En algunos pasos peligrosos del sendero que lleva a la cumbre del Sinaí, donde los diez mandamientos fueron dados por Dios, para evitar que algún distraído o inexperto se salga del camino y se precipite al vacío, se han colocado señales de peligro, barandillas o se han creado barreras. El objetivo de los mandamientos no es diferente a eso. Los mandamientos se pueden comparar también a los diques o a una presa. Nosotros mismos vemos qué pasa en la sociedad cuando se pisotean sistemáticamente ciertos mandamientos, como el de no matar o no robar.

Jesús resumió todos los mandamientos, es más, toda la Biblia, en un único mandamiento, el del amor a Dios y al prójimo. «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40).

Pero los diez mandamientos hay que observarlos en conjunto; no se pueden observar cinco y violar los otros cinco, o incluso uno solo de ellos.

Se emplea mucha diligencia para convencer a un ser querido de que deje de fumar, diciendo que el tabaco perjudica la salud; ¿por qué no hacer lo mismo para convencerle de que deje de blasfemar o de robar?”

            El tercer mandamiento del decálogo es “acuérdate del día sábado para santificarlo”. Con la resurrección de Jesús, ahora santificamos el domingo. Y celebramos la fe en celebración de la santa misa, en una capilla, iglesia, o parroquia. Nuestra presencia en el templo para santificar el día del Señor no hace solo a la participación o asistencia, activa, consciente y fructuosa, sino también al modo de presentarse, y la actitud o piedad en la casa de Dios.

            Algunos inconvenientes se presentan al respecto: la impuntualidad argentina para el horario de la misa, cierta vestimenta, que no es para un templo, sino más para una playa o boliche, ahora con la costumbre de las ojotas y bermudas, sin dejar de mencionar ciertos escotes indebidos de las mujeres. También está el famoso cuchicheo o conversaciones fuera de lugar en el templo, que parece más un bar o café, que estar en una iglesia.

            Que esta cuaresma, el templo, la casa de Dios, sea el lugar preferido para visitarlo, no como un museo, sino como un espacio de recogimiento, y de oración, ya que el Señor nos espera siempre en el sagrario. Con esta fuerza de Dios, recordando que el cuerpo es templo del Señor, y no queremos profanarlo con el pecado, saldremos al mundo, no para encerrarnos en la sacristía, o en nuestra piadosa individualidad, sino para manifestar como lo hizo Jesús, un sencillo y creíble testimonio de nuestra fe.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario