Domingo 27º. Ciclo A. domingo 8 de octubre de 2023

Is 5, 1-7                         “La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel”

Fil 4, 6-9                        “Pongan esto en práctica, y el Dios de la paz estará con ustedes”

Mt 21, 33-46                  “Arrendará la viña a otros”

Evangelio
    Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
    Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: «Respetarán a mi hijo.» Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: «Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia». Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?» Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ¿esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Comentario

La gran desilusión

            En la vida cotidiana y en toda la historia del mundo aparece una realidad difícil de asumir o de elaborar en el corazón humano. Es la desilusión. Podemos describirla como una especie de desencanto, sorpresa, o decepción. Esto trae aparejado, el derrumbe de la confianza en la persona. La primera lectura presenta en el fondo este tema. El profeta Isaías trae el cántico de la viña, imagen del Pueblo de Israel, y la desilusión del propietario, que con tanto amor y cariño prodigó en cuidarla, pero recibió frutos amargos. Dice el texto:

“¿Qué más se podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Si esperaba que diera uvas,
¿por qué dio frutos agrios?…Es esperó de ellos equidad, y hay efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia”

            Aparecen en este pasaje, la iniquidad y la ingratitud, que reflejan la falta de correspondencia y responsabilidad de los dirigentes de Israel.

            Esta desilusión es la que anuncia el profeta, reflejada el corazón de Dios, que colmó de favores y bendiciones a su pueblo a lo largo de su historia. El salmo responsorial de la misa, hace una breve síntesis de la obra de Dios:

“Tú sacaste de Egipto una vid, expulsaste a los paganos y la plantaste; extendió sus sarmientos hasta el mar y sus retoños hasta el Río”

                        Para el pueblo de Israel, esta actitud de rechazo y cerrazón al proyecto amoroso de Dios, tenía sus consecuencias. Comenzaban a sufrir el castigo y el escarmiento, fruto de sus pecados, por medio de otros pueblos que los sometían, devastaban y destruían la viña, hasta que Israel acudía de nuevo a su Dios, para que recomponga su situación. Así lo expresa el mismo salmo:

“¿Por qué has derribado sus cercos para que puedan saquearla todos los que pasan? Los jabalíes del bosque la devastan y se la comen los animales del campo.  Vuélvete, Señor de los ejércitos, observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que Tú hiciste vigoroso”

            Los dones de Dios, tropiezan con el pecado de su pueblo, y siguen un proceso, el castigo, el arrepentimiento y la suplica de salvación. En Dios la desilusión nunca es irrevocable, se hermana con la esperanza de la conversión, como respuesta a su Don.

La nueva Viña

            El evangelio ahora vuelve a presentar en forma de parábola, o mejor dicho de alegoría, la imagen de la viña del Señor, que es el pueblo de Israel, pero poniendo el acento en los viñadores, que son las autoridades de Israel, destinatarios de este relato de Jesús: los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El maltrato de los servidores, que son los profetas, lleva al propietario de la viña, que es el mismo Dios, a enviar su propio Hijo, Jesús, pensando que tendrían consideración con el heredero. Pero no. Fue expulsado y matado fuera de la viña, anuncio de su pasión y muerte. Dice el texto de San Mateo:

«Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia». Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron”.

            Sintiéndose aludidos, el Señor les anuncia a los escribas y fariseos que la viña les será quitada y entregada a un pueblo que le hará producir sus frutos, que es ahora la Iglesia, formada de entre el pueblo de Israel y los gentiles o paganos.

            La voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y espera con paciencia infinita el momento. El pueblo de Israel, como anuncia San Pablo, será injertado nuevamente a la viña del Señor, como un signo profético del final de los tiempos.

            El Señor nos invita a reflexionar en su viña, en tres niveles: eclesial, social y personal. La viña es la Iglesia, formada por santos y pecadores. Una vez un periodista le preguntó a la Madre Teresa de Calcuta, Santa, cuál era el problema de la Iglesia. Ella le respondió categóricamente: “usted y yo”. Todos somos la Iglesia, viña, edificio de Dios, donde Jesús es la piedra angular, pueblo de Dios peregrino en este mundo. Cuando aparecen escándalos en la vida eclesial, relacionados con algunos sacerdotes, y aprovechados por la prensa, pensemos con dolor, que llamados como todos a producir frutos de santidad y justicia, dieron racimos amargos de infidelidad y de ingratitud. Seguramente no tuvieron en cuenta la recomendación de San Pablo en la segunda lectura:

“No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”.

            Socialmente, Argentina es un país bendecido por Dios, con tantas tierras, ríos, montañas, con diversidad de climas, y hermosísimos paisajes, que explotados más y haciendo un uso equitativo de la distribución de las riquezas, no tendrían que haber tanta hambre y exclusión. Seguramente no estamos dando los frutos esperados.

            Personalmente la viña, es nuestro corazón, llamado a la santidad y a la comunión con los hermanos. Puede estar poco cultivado, como dice la primera lectura, abandonado, donde crecen los abrojos de los pecados y los cardos de los resentimientos, y convertida el alma,  en ruina, sin poda ni escardada.

            De todo árbol frutal, lógicamente se espera el fruto correspondiente, como de las viñas, los racimos abundantes de uvas, como don de Dios y esfuerzo del trabajo del hombre. Podemos encontrarnos en la vida con tres clases de católicos, siguiendo esta comparación o nuestro corazón puede estar en algún momento así. Podemos ser hojas, flor o fruto. La hoja es como la sequedad y la indiferencia a Dios, una vida no comprometida y desinteresada por crecer espiritualmente. La flor, son las buenas personas, agradables, pero quedadas en las buenas intenciones, y sin responder a Dios con los compromisos religiosos postergando la misa, rezando de vez en cuando, y acercándose a los sacramentos cuando lo sienten. El fruto, es cuando después de un trabajo cotidiano constante, oculto, silencioso, aparecen los frutos del apostolado, del interés por el prójimo, el deseo firme de ser verdaderamente santo, católicos coherentes, discípulos y misioneros.

            Que Dios nos ayude y nosotros correspondamos a su gracia con frutos de renovada alegría, esperanza, perdón, justicia y paz.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario