Domingo 13° del Tiempo durante el año. Ciclo B. Domingo 27 de junio de 2021

DOMINGO 13º. TIEMPO DURANTE EL AÑO – «B». DOMINGO 27 DE JUNIO DE 2021


Sab 1, 13-15; 2, 23-24        “Por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo”

2º Cor 8, 7.9. 13-15             “Que la abundancia de ustedes supla la necesidad de los hermanos”

Mc 5, 21-43                          “Niña, yo te lo ordeno, levántate”

Evangelio

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y Él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré sanada». Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal».

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de Él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: « ¿Quién tocó mi manto?»

Sus discípulos le dijeron: « ¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero Él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.

Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.

Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad»

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.

Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: « ¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él.

Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá Kum», que significa: « ¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

Comentario

La enfermedad y la muerte

El evangelio de este domingo, presenta el encuentro del Señor con dos realidades humanas: la enfermedad y la muerte, y con dos personas que lo encarnan, la mujer hemorroisa y la niña de doce años.

Para ubicarnos en la escena, Jesús está en la región de Galilea, y en especial en la zona del lago de Genesaret o de Tiberíades, en las poblaciones costeras. En particular el texto, dice: “regreso en la barca a la otra orilla”, se refiere a la ciudad de Cafarnaúm.

En ese momento el Señor recibe a un hombre llamado Jairo (palabra hebrea que significa, Dios quiere lucir o Dios brilla) en una situación de desesperación. Pide al Señor, con fe y con humildad postrándose a sus pies, por su pequeña hija que se está muriendo. Jesús es su única esperanza. Dice el pasaje del evangelio:

«Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva».

El jefe de la Sinagoga, o Archisinagogo, que tenía la misión de mantener el orden en las reuniones de los sábados y fiestas, dirigir las oraciones, los cantos y designar al que había de explicar la Escritura, era asistido por un consejo y por un ayudante encargado de las funciones materiales; conocía la fama de Jesús y es por eso que le pide que le imponga las manos a su única hija. El Señor recepciona este especial ruego y con prontitud se dirige a la casa de Jairo.

En el camino, entre la multitud, aparece otra mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, sin posibilidades de curación.

Nuevamente Jesús se convierte en su esperanza y su salvación. Con vergüenza y temor, pero con mucha fe, toca el manto del Señor, pensando que con solo tocarlo, sin molestar al maestro, quedaría curada. Y así fue. En ese momento quedó liberada de su mal.

Jesús se da cuenta quien lo tocó, y al encontrar a la mujer asustada, le dice con confianza:

«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad»

El relato vuelve ahora a la situación de la hija de Jairo, donde le avisan que había muerto. Pero el Señor, animando a Jairo, le dice que tenga fe, y se dirige a su casa, junto con tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Entre el sollozo y el griterío de la gente logra entrar con la esposa de Jairo y los discípulos a la habitación, y tomándola de la mano, no imponiéndole las manos como pedía su padre, le dice esas palabras en arameo, dialecto que se hablaba entonces:

«Talitá kum», que significa: « ¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!»

Jesús, muestra otra vez ser dueño absoluto de la vida y de la muerte. Los evangelios registran muchas curaciones pero solo tres resurrecciones: la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naim (Lc 7, 11-17) y la de su amigo Lázaro (Jn 11, 1-45). Es un anticipo de su propia resurrección, y del triunfo de la vida sobre la muerte.

La resurrección de la juventud

El Padre Rainero Cantalamessa hace un sencillo pero profundo comentario de este pasaje:

“No existe sólo la muerte del cuerpo, también está la muerte del corazón. La muerte del corazón existe cuando se vive en la angustia, en el desaliento o en una tristeza crónica. Las palabras de Jesús: Talitá kum, ¡muchacha, levántate!, no se dirigen por tanto sólo a chicos y chicas muertos, sino también a chicos y chicas que viven. Qué triste es ver a los jóvenes tristes. Y hay muchísimos a nuestro alrededor. La tristeza, el pesimismo, el no deseo de vivir, son siempre cosas malas, pero cuando se ven o se las oye expresar a jóvenes oprimen el corazón todavía más.

          En este sentido Jesús sigue resucitando también hoy a chicas y chicos muertos. Lo hace con su palabra y también enviándoles a sus discípulos, quienes, en su nombre y con su mismo amor, repiten a los jóvenes de hoy aquel grito suyo: Talitá kum: ¡muchacho, levántate! Vuelve a vivir”

La primera lectura da una respuesta al interrogante de la muerte. Dios que es vida, no quería la muerte, pero esta, entró por el pecado de Adán y Eva, y se ha transmitido a toda la humanidad

“Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes… Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla” 

El Señor Jesús, convertirá el llanto de la muerte, en alegría de vida. Así lo hizo con la hija de Jairo, la niña que murió dos veces, y lo hará cuando, por su gracia resucitemos a la vida eterna.

Dice el Salmo:

“Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!”

            La curación de hemorroisa, la mujer curada por su fe, representa también la enfermedad de la sociedad moderna. En nuestra sociedad, podemos decir, hay focos de enfermedad, pero no solo de enfermedades físicas, que están llevando a tantos a la muerte, como la droga, el sida, el tabaquismo, el cáncer, los accidentes, sino las enfermedades espirituales, el individualismo, el consumismo, el erotismo, el relativismo, y tantas otras que conducen a la enfermedad del alma, como el pecado que llevan a la muerte del corazón. El encuentro con Jesús, la súplica, el tocar su manto de gracia, los sacramentos, en especial, su presencia real en la eucaristía, en la confesión o en la unción, van sanando de estas enfermedades.

Hoy hay una búsqueda, a veces desproporcionada de curaciones, de sanaciones. Se puede buscar más la curación que la conversión, se puede buscar más la curación que la formación. Reconocemos que en momentos difíciles, el miedo a la muerte, la angustia, la desesperación por un hijo, hermano, familiar, amigo, puede llevarlo a cualquier lado y a probar cualquier medio, sean curanderos, manos chantas, parapsicólogos, y tantos otros.

El Padre Jorge Loring, dice al respecto de los milagros, lo siguiente:

“La escritura y la Iglesia nos enseñan que los milagros no dependen sólo de la fe. A veces pedimos con mucha fe, y Dios no nos concede lo que pedimos. A veces es que no lo merecemos. Pero otras veces es que no nos conviene lo que pedimos, o que Dios quiere probar nuestra perseverancia. El que Dios no nos conceda lo que le pedimos al momento, no debe desanimarnos a seguir pidiendo. Es posible que Dios nos lo conceda más adelante. Y si no nos concede lo que le pedimos, porque no nos conviene, y nos concederá”

Acudir a Jesús, acercarnos a El, al sagrario principalmente, a la celebración de la misa, a la lectura de la palabra, a la charla con un sacerdote, a los grupos de oración, y otros caminos en la Iglesia, va renovando la vida, haciendo llevar nuestra enfermedades y a sobrellevar con fe la presencia de la muerte. El Señor nos vuelve a decir hoy: “Tu fe te ha salvado”; “Yo te lo ordeno, levántate”

Padre Luis Alberto Boccia. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario