Gen 15,5-12.17-18 «Yo soy el Señor que te sacó de Ur»
Fil. 3,17-4,1 «Somos ciudadanos del cielo»
Lc 9,28b-36 «Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo»
Evangelio
28 Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. 29 mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. 30 y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, 31 que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. 33 mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Él no sabía lo que decía. 34 mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. 35 desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». 36 y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Comentario
La montaña de la vida
El segundo domingo de cuaresma, siempre se lee el episodio de la transfiguración de Jesús, por los distintos evangelistas. En este ciclo C, meditaremos en la versión de San Lucas. Dice el texto que Jesús subió a la montaña para orar. En otros momentos también el Señor, había subido a un monte para orar. Recordemos el pasaje antes de elegir a los apóstoles, cuando pasó toda la noche en oración. En esta ocasión llevo a tres discípulos, que serán testigos de otro suceso de la vida del maestro, cuando se retiro a orar en el monte de los olivos.
Pero esta subida, esta especie de peregrinación, tiene un sentido para nosotros que hemos iniciado el camino preparatorio para la pascua. Nuestra vida es como subir a la montaña hasta alcanzar la cúspide de la transfiguración, que es una imagen del cielo. Entre tentaciones y caídas, entre dificultades y esperanzas, la vida, se presenta como un largo y santo viaje, donde tendremos, como cuando desgranamos el rosario, hechos de gozo, dolor, luz y gloria.
Jesús nos invita a subir, y a experimentar, como decía, Pedro, lo bien que es estar con El. Así comentaba San Agustín (Comentario al Ev. De San Juan)
Él es todo para mí. Si tienes hambre, es pan, si tienes sed, es agua, si no ves es luz
Es tiempo de escuchar
Su rostro cambió de aspecto. Aunque no se utiliza la palabra transfiguración en la Sagrada Escritura, la Iglesia, denomino a esta teofanía, con esta palabra, que significa, cambiar de figura. Dice la teología, que el alma de Cristo, unida a la divinidad, gozaba de la visión beatífica de Dios, cuyo efecto connatural es la glorificación del cuerpo. Jesús, ocultó en su vida terrena esta realidad, pero permitió que los tres apóstoles contemplaran su gloria, para animar su desazón, ante el anuncio de la pasión, anticipar su futura resurrección y responder con este testimonio quien era verdaderamente El.
Al oír la voz del Padre, como en otras oportunidades, así sucedió en el bautismo del Jordán, se confirma lo que el Señor venia predicando. Este es mi hijo, el elegido. Escúchenlo.
Junto al Señor, se encuentran dos personajes del Antiguo Testamento, que también vivieron su cuaresma o sus cuarenta días, tanto en el monte Sinaí, como en el desierto. Son Moisés y Elías correspondientemente, que representan la ley y los profetas. Ellos hablan de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén, es decir de su Pascua, hasta la ascensión a los cielos. Pero la confesión del Padre, por la identidad de su Hijo, concluye con un mandato, una palabra imperativa: escúchenlo. Ahora Jesús, plenitud de la revelación, es aquel a quien hay que escuchar, y no solo la Torá, la ley y los profetas, sino a aquel en donde se cumple, supera y trae la nueva ley y las nuevas profecías o promesas, como el nuevo Moisés y Elías.
La cuaresma es un tiempo de gracia, de penitencia y conversión. Es un camino que nos propone, volver a escuchar, en el silencio de la oración al Señor, que nos habla en su palabra, para renovar nuestra vida cristiana. La falta de escucha es uno de los problemas educativos y sociales preocupante de nuestra historia. El ritmo, la intensidad de la vida, hace que nos fragmentemos en muchas cosas y descuidemos lo fundamental. El escuchar a Dios, para mejorar la escucha con el prójimo, exige, atención de caridad y disciplina auditiva.
La transfiguración hoy
Si a nosotros nos puede transformar una buena noticia, una alegría, un grato acontecimiento, que se revela también en el rostro, lo que habrá sido ese breve rato de luz, gozo y gloria que vivieron los discípulos. Fue un chispazo del cielo. Por eso el deseo, entre el miedo y la confusión, de eternizar esa situación increíble. Pero no solo el cielo, es una promesa, una realidad, una felicidad impensable, sino que nosotros, tenemos que hacer vivir un poco de cielo en la tierra. Eso es transfigurar el mundo, el ambiente, las personas. Para eso es necesario, el encuentro fecundo con el Señor y llevarlos como hizo Jesús con los apóstoles, a los hermanos, a la cima de la oración, a la fiesta de la misa, a la gracia de los sacramentos. Así bajaremos renovados, continuando en el llano de la vida, con la tarea apostólica.
Estamos configurados con Cristo, por el bautismo, como hijos de Dios, hermanos en Cristo, y templos del Espíritu. El pecado, no nos deja transfigurar nuestra alma, como ese lienzo blanco o vestidura exterior, que nos colocaron cuando fuimos incorporados al Señor y a su Iglesia por el sacramento bautismal. El pecado nos desfigura, la imagen luminosa de Dios en el alma. Pero también la soberbia, nos hace figurar, como si fuéramos, los únicos, los mejores, los indispensables, los valiosos y necesarios en la vida. La gracia de Dios transfigura nuestra alma y nuestro rostro
La transfiguración, es el llamado que nos hace Jesús a todos nosotros, que intentamos cada día recomenzar, para llevar este don a la humanidad. La alegría verdadera en nuestro rostro, ya puede ser un comienzo de apostolado con los alejados. Decía un dicho popular, que uno no es dueño de la cara que tiene, pero si es dueño de la cara que pone. Por eso una sonrisa, como un signo pequeño, puede ser una buena y gran mortificación.
De manera malsana e irónica, decía Friedrich Nietzsche, filósofo alemán, criticando a los malos cristianos, que siempre hay, si esta es la cara de los salvados, yo no creo en esa salvación.
De otro modo un sacerdote, comentaba lo siguiente: no es tan importante como llegue la gente a la misa, lo importante es como salga. Y eso es tarea también de la comunidad, para poner un ejemplo, de mejorar la recepción de los fieles, la calidad y esmero en la liturgia, los cantos y servicios, de manera que, dejando las sensibilidades, pueden volver y decir: que bien estamos aquí.
Siguiendo este peregrinar cuaresmal, en este año Jubilar, como peregrinos de esperanza, pasamos de las tentaciones de Jesús, del desierto, del demonio, a la gloria, a la montaña, y a los santos. Entre tentaciones y transfiguraciones se desarrolla nuestra existencia, entre la montaña y el desierto, entre el mal y el bien. En la misa, el Señor transfigurado en ese monte, que la tradición llama, Tabor, se va a transustanciar, por obra del espíritu y por la consagración del sacerdote, en su cuerpo y su sangre, su nueva presencia gloriosa entre nosotros. La eucaristía es verdaderamente un sacramento de paz, de luz y de gozo.
Dios bendiga tu trabajo, tu familia, tus intenciones
Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario