Hch 2,1-11 «Empezaron a hablar en lenguas extranjeras»
1 Cor 12,3b-7.12-13 «En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común»
Jn 20,19-23 «Reciban el Espíritu Santo»
Evangelio
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Comentario
¿Qué es Pentecostés?
Es el nombre de una antigua fiesta judía, celebrada cincuenta días después de la pascua, que recordaba el momento en que Dios se manifestó a su Pueblo en el Monte Sinaí, en medio del fuego, relámpagos, y truenos, hablando a Moisés y recibiendo la ley, como alianza y pacto de amor. Ex 19, 16-20
La primera lectura relata el acontecimiento de Pentecostés. Jesús había anunciado la promesa de Padre, el otro Paráclito, y que recibirían el Bautismo del Espíritu. Antes de subir a los cielos le pidió que aguardasen la fuerza de lo alto. Estando reunidos los apóstoles, en un clima de oración, junto con María, Madre del Señor, se manifestó el Espíritu en forma de un fuerte viento y lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos y quedaron llenos de la fuerza de Dios.
El Espíritu Santo, obro un cambio en el corazón de los apóstoles, una especie de transformación. Eso ocurrió, un domingo, durante la mañana, y algunos autores, dicen que fue en el mismo lugar que celebraron la última cena, conocida como el cenáculo.
El texto del evangelio presenta la situación anímica de los apóstoles, el día de la resurrección del Señor. Estando cerradas las puertas se le aparece Jesús, y les ofrece la paz. Los discípulos, tenían miedo, estaban tristes e inseguros. Este primer encuentro, les devuelve la paz, la alegría y la confianza.
Jesús, no quiere que vivan encerrados, los envía al mundo, como el fue enviado por el Padre. Les dice: Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.
Jesús fue enviado para que conozcan al Padre, y guiarlos a El. Fue enviado para entregar la vida por amor a los hombres y para dar vida, y vida en abundancia, como dice San Juan. (Cf. Jn 10,10)
Por eso Jesús envía a sus discípulos, a los que conoce y ama, a los que ha preparado para ser testigos, en el mundo. Los envía para que continúen su obra, para que evangelicen, para que misionen.
Pero ante esta tarea tan difícil, y casi imposible, les da el Espíritu Santo, como un soplo. Esto recuerda los primeros pasajes del libro del Génesis, donde Dios soplo sobre el hombre, infundiendo vida, al barro de sus manos, en esa imagen tan bella del relato. Gn 2,7
Por lo tanto, el soplo de Dios es vida nueva, vivifica el barro humano, la fragilidad y debilidad de los apóstoles. El soplo de Dios es dado para que ellos actúen, para llevar la paz, la alegría, la confianza del Señor al corazón de los hombres y al mundo
Una acción propia del Espíritu, dado para la acción, es la potestad, la facultad, de perdonar y retener los pecados. Dice el texto: Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan
Ahora, el Espíritu, se manifiesta de un modo nuevo. No es un simple soplo, sino que es un fuerte viento, para confirmarlos en la misión de Jesús, y comunicar al mundo el lenguaje de la fe, con el don de lenguas, que es también la manera de llevar el mensaje de salvación a los hombres y mujeres de todos los tiempos de un modo comprensible y accesible.
Ese día nace la Iglesia, como comunidad unida, fuerte y segura para la misión. Así como María, recibió el Espíritu para engendrar en su seno purísimo al Hijo de Dios, ahora engendra espiritualmente a los hijos del Hijo de Dios, la Iglesia.
Ese gran desconocido
Hoy también puede suceder que el Espíritu Santo, sea un gran desconocido, como le dijeron esos doce hombres de la ciudad de Éfeso a San Pablo. Ni siquiera sabíamos que existe un Espíritu Santo. (Cf. Hc 19,2)
El Espíritu, no tiene cuerpo ni figura. Para referirnos a el usamos imágenes, como el fuego, o el viento. Cada una de ellas nos hacer tomar conciencia de algún aspecto de lo que significa su presencia. Su acción es real y motiva el testimonio. El es el protagonista de la evangelización. Actúa en los sacramentos, inspira las Escrituras, es el alma de la Iglesia y es nuestro auxilio. Es espíritu de verdad, espíritu de unidad, es Don de Dios, es el amor infinito entre Dios Padre y Dios Hijo. Es la tercera persona divina del misterio de la Santísima Trinidad. Es maestro interior, enseña y recuerda la obra del Señor, es el dulce Huésped del alma, es Señor y dador de vida. Habla al corazón para otorgamos propósitos, afectos e inspiraciones.
Con la fiesta de Pentecostés, concluye el tiempo pascual en la Iglesia y se retira el cirio pascual de las cercanías del altar. La Iglesia pedirá al Señor la fuerza del Espíritu para ir avanzando en el camino de la unidad. Ese día comienza la semana de oración por la unidad de los cristianos, de aquellas Iglesia, que no están en comunión plena con la Iglesia.
La obra del Espíritu
El Espíritu va suscitando y animando la tarea evangelizadora de la Iglesia, otorga sus dones, propios en el sacramento de la confirmación, y carismas en la Iglesia. Dice muy bien el Cardenal Rainero Cantalamessa que los carismas son dados por el Espíritu a las personas para enriquecer y santificar a la Iglesia. Los sacramentos son dones dados a la Iglesia para enriquecer y santificar a las personas.
Dicen los escritores católicos que en la vida espiritual hay tres espíritus, que animan la nuestra vida. El espíritu bueno, el espíritu malo y el espíritu santo. Reconocemos que hay acciones buenas, realizadas con buena intención por muchas personas. También hay acciones inexplicables, crueles, tremendas en nuestro mundo, que son motivas por el mal que esta en nosotros, por el pecado, y aliadas muchas de ellas por el enemigo, el demonio. Pero las acciones sobrenaturales, que realizan las personas en gracia de Dios, o que sufren silenciosamente son merito para la vida eterna Es lo que hicieron los santos; fundaciones, iniciativas de caridad, obras admirables. Ellos son testigos y testimonios permanentes de la fe.
Pidamos el Espíritu y dejemos actuar al Espíritu. Por eso concluimos con la hermosa oración de la liturgia llamada secuencia; que es admirable por su sencillez y fuerza teológica.
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones,
ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre,
nada que sea inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede a tus fieles, que confían en tí,
tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima