Domingo 4° Tiempo Pascual. Ciclo B. Domingo del Buen Pastor 2 de Mayo de 2021

Domingo 4º de Pascua. Ciclo B. Domingo del  Buen Pastor, 2 de Mayo de 2021

Hc 4, 8-12                                          “El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado”

1º Jn 3, 1-2                                         “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios”

Jn 10, 11-18                                       “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ovejas”

Evangelio

“En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.”

Comentario

Domingo del Buen Pastor

El cuarto domingo de Pascua, ha sido establecida por la Iglesia como la jornada mundial de oración por las vocaciones. Meditaremos en la figura de Jesús, el Buen Pastor y los pastores del pueblo de Dios.

La primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, presenta la figura del Apóstol Pedro, a quien Jesús confió el pastoreo de la Iglesia, el Vicario de Cristo, anunciado con fuerza el Kerigma, o primer anuncio a los Jefes y ancianos del Sanedrín, luego de la curación, en el nombre del Señor, de un paralitico. Confiesa por un lado, la obra podemos decir, de los hombres: “Ustedes lo crucificaron”, y por otro la obra de Dios, que es la vida: “Dios lo resucitó de entre los muertos”.

San Pedro, llama a Jesús, la piedra angular, piedra basal o en forma de ángulo, que sostenía dos lados o arcos. El mismo había dicho a Pedro, que sobre esta piedra, la fe, edificaré mi Iglesia. Jesús, piedra viva, es quien sostiene la Iglesia, para que a pesar de los avatares de la historia, no se derrumbe. En su nombre y por su gracia, obtenemos la salvación. Jesús es piedra angular y Salvador. Es la catequesis de San Pedro, como pastor de la Iglesia, que con autoridad confirma la fe de los discípulos y muestra el verdadero rostro del Señor.

San Juan, en la primera carta, recuerdo que tanto nos amó el Padre Dios, que somos realmente sus hijos. Dios es el Pastor de la humanidad, nosotros sus ovejas, sus Hijos, las ovejas de su rebaño. Es un Pastor con corazón de Padre, que nos invita a vivir confiadamente la filiación divina, fundamento de la vida cristiana.

El evangelio presenta a Jesús, como el Buen Pastor, que busca el bien de las ovejas, y no como los malos pastores, los asalariados, que tienen un interés mezquino, egoísta e interesado.

El Padre Rainiero Cantalamessa explica el sentido original de esta parábola de Jesús:

Para comprender la importancia que tiene en la Biblia el tema del pastor hay que remontarse a la historia. Los beduinos del desierto nos brindan hoy una idea de la que fue, en un tiempo, la vida de las tribus de Israel. En esta sociedad la relación entre pastor y rebaño no es sólo de tipo económico, basada en el interés. Se desarrolla una relación casi personal entre el pastor y el rebaño. Pasan días y días juntos en lugares solitarios, sin nadie más alrededor. El pastor acaba conociendo todo de cada oveja; la oveja reconoce y distingue entre todas la voz del pastor, quien frecuentemente habla con las ovejas.
Esto explica por qué Dios se ha servido de este símbolo para expresar su relación con la humanidad. Uno de los salmos más bellos del salterio describe la seguridad del creyente de tener a Dios como pastor: «El Señor es mi pastor, nada me falta…».

Posteriormente se da el título de pastor, por extensión, también a quienes hacen las veces de Dios en la tierra: los reyes, los sacerdotes, los jefes en general. Pero en este caso el símbolo se divide: ya no evoca sólo imágenes de protección, de seguridad, sino también las de explotación y opresión. Junto a la imagen del buen pastor hace su aparición la del mal pastor, la del mercenario. En el profeta Ezequiel, encontramos una terrible acusación contra los malos pastores que se apacientan sólo a sí mismos, y a continuación la promesa de Dios de ocuparse Él mismo de su rebaño”

Hombre de Dios, Hambre de Dios y Hombros de Dios

El relato de este pasaje del evangelio presenta tres consideraciones sobre el Buen Pastor, que explicó el Papa Benedicto XVI el 4º domingo de Pascua, el. 7 de mayo de 2006

En este pasaje, el Señor nos dice tres cosas sobre el verdadero pastor: 1-da su vida por las ovejas; 2-las conoce y ellas lo conocen a él; 3-está al servicio de la unidad.

“La primera, que con gran fuerza impregna todo el discurso sobre los pastores, dice: el pastor da su vida por las ovejas. El misterio de la cruz está en el centro del servicio de Jesús como pastor: es el gran servicio que él nos presta a todos nosotros. Se entrega a sí mismo, y no sólo en un pasado lejano. En la sagrada Eucaristía realiza esto cada día, se da a sí mismo mediante nuestras manos, se da a nosotros…

En segundo lugar; hay dos relaciones en apariencia muy diversas, que aquí están entrelazadas: la relación entre Jesús y el Padre, y la relación entre Jesús y los hombres encomendados a él… no existe un verdadero conocimiento sin amor, sin una relación interior, sin una profunda aceptación del otro. El pastor no puede contentarse con saber los nombres y las fechas. Su conocimiento debe ser siempre también un conocimiento de las ovejas con el corazón.

Por último, el Señor nos habla del servicio a la unidad encomendado al pastor… Se revela la relación entre cruz y unidad; la unidad se paga con la cruz…. Tiene por cometido la solicitud universal, debe preocuparse por todos y de todos. Por lo general debemos «traducir» esta gran tarea en nuestras respectivas misiones… La Iglesia antigua encontró en la escultura de su tiempo la figura del pastor que lleva una oveja sobre sus hombros… en la imagen de Aquel que nos sigue hasta nuestros desiertos y nuestras confusiones; en la imagen de Aquel que ha cargado sobre sus hombros a la oveja perdida, que es la humanidad, y la lleva a casa. Se ha convertido en la imagen del verdadero Pastor, Jesucristo”

Podríamos sintetizar que el sacerdote, como Jesús Buen Pastor, está llamado a ser el Hombre de Dios, llamado, consagrado y enviado al mundo, dispuesto a dar la vida por el Reino, que tiene Hambre de Dios, lo busca y lo necesita, lleva este alimento a sus hermanos con quien vive entre alegrías, y sufrimientos, dificultades y esperanzas, y el que posee los hombros de Dios, dispuesto a cargar la oveja perdida, el peso de la comunidad, sostenido por el amor del Señor.

El sacerdote no solo es pastor de la comunidad sino también oveja de la Iglesia, a la cual sirve y obedece filialmente, en comunión con el Papa y los Obispos, con su presbiterio y la comunidad a la cual es pastor propio.

Concluimos con unos textos destacados del mensaje del Papa Benedicto XVI para este día y que tienen validez para este año de 2021 de Pandemia en todo el mundo. Que nuestro oración incluya también a las vocaciones, aquellos que el Señor tiene destinados a su servicio en la Iglesia

“La XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 29 de abril de 2012, cuarto domingo de Pascua, nos invita a reflexionar sobre el tema: Las vocaciones don de la caridad de Dios.

La fuente de todo don perfecto es Dios Amor -Deus caritas est-: «quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16). ..Somos amados por Dios incluso “antes” de venir a la existencia. Movido exclusivamente por su amor incondicional, él nos “creó de la nada” (cf. 2M 7,28) para llevarnos a la plena comunión con Él.

En efecto, toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien da el “primer paso” y no como consecuencia de una bondad particular que encuentra en nosotros, sino en virtud de la presencia de su mismo amor «derramado en nuestros corazones por el Espíritu» (Rm 5,5).

Es preciso por tanto volver a anunciar, especialmente a las nuevas generaciones, la belleza cautivadora de ese amor divino, que precede y acompaña: es el resorte secreto, es la motivación que nunca falla, ni siquiera en las circunstancias más difíciles.

La grandeza de la vida cristiana consiste en efecto en amar “como” lo hace Dios; se trata de un amor que se manifiesta en el don total de sí mismo fiel y fecundo. San Juan de la Cruz, respondiendo a la priora del monasterio de Segovia, apenada por la dramática situación de suspensión en la que se encontraba el santo en aquellos años, la invita a actuar de acuerdo con Dios: «No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios. Y donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor» (Epistolario, 26).

Para expresar el vínculo indisoluble que media entre estos “dos amores”  –el amor a Dios y el amor al prójimo– que brotan de la misma fuente divina y a ella se orientan, el Papa san Gregorio Magno se sirve del ejemplo de la planta pequeña: «En el terreno de nuestro corazón, [Dios] ha plantado primero la raíz del amor a él y luego se ha desarrollado, como copa, el amor fraterno» (Moralium Libri, sive expositio in Librum B. Job, Lib. VII, cap. 24, 28; PL 75, 780D).

La otra expresión concreta del amor, el amor al prójimo, sobre todo hacia los más necesitados y los que sufren, es el impulso decisivo que hace del sacerdote y de la persona consagrada alguien que suscita comunión entre la gente y un sembrador de esperanza. La relación de los consagrados, especialmente del sacerdote, con la comunidad cristiana es vital y llega a ser parte fundamental de su horizonte afectivo. A este respecto, al Santo Cura de Ars le gustaba repetir: «El sacerdote no es sacerdote para sí mismo; lo es para vosotros» (Le curé d’Ars. Sa pensée – Son cœur, Foi Vivante, 1966, p. 100).

Queridos Hermanos en el episcopado, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, catequistas, agentes de pastoral y todos los que os dedicáis a la educación de las nuevas generaciones, os exhorto con viva solicitud a prestar atención a todos los que en las comunidades parroquiales, las asociaciones y los movimientos advierten la manifestación de los signos de una llamada al sacerdocio o a una especial consagración. Es importante que se creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos “sí”, en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios.

Un elemento central debe ser el amor a la Palabra de Dios, a través de una creciente familiaridad con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero, sobre todo, que la Eucaristía sea el “centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios nos toca en el sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y es aquí donde aprendemos una y otra vez a vivir la «gran medida» del amor de Dios. Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino.

En las familias, «comunidad de vida y de amor» (Gaudium et spes, 48), las nuevas generaciones pueden tener una admirable experiencia de este amor oblativo. Ellas, efectivamente, no sólo son el lugar privilegiado de la formación humana y cristiana, sino que pueden convertirse en «el primer y mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios» (Exhort. ap. Familiaris consortio,53), haciendo descubrir, precisamente en el seno del hogar, la belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada. Los pastores y todos los fieles laicos han de colaborar siempre para que en la Iglesia se multipliquen esas «casas y escuelas de comunión» siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, reflejo armonioso en la tierra de la vida de la Santísima Trinidad.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario