Dt 6, 1-6 “Escucha, Israel: Amarás al Señor con todo tu corazón”
Heb 7, 23-28 “Como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable”
Mc 12, 28-34 “Amarás al Señor tu Dios. Amarás a tu prójimo”
Evangelio
Un escriba se acercó y le preguntó: « ¿Cuál es el primero de los mandamientos?»
Jesús respondió: «El primero es: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas». El segundo es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay otro mandamiento más grande que estos».
El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario
La victoria del amor
En este pasaje del evangelio, se acerca a Jesús, con una preocupación, una inquietud, un escriba, que eran los expertos de la ley, conocidos también popularmente como rabí. Con mucha confianza y expectativa, acude a quien puede darle una respuesta, aquel que también lo llaman maestro o rabí. La pregunta tiene su sentido. ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Entre los escribas, como estudiosos de la ley, se habían contabilizados 613 mandamientos, 248 eran preceptos y 365 eran prohibiciones. Algunos consideraban que había que cumplirlos todos, otros buscaban cuales eran los más importantes. La respuesta del Señor es un texto del libro del Deuteronomio, que trae la primera lectura, conocido como Shema, palabra hebrea que significa “escucha”, atiende Israel, no escuches a otros dioses o falsos profetas, porque el Señor nuestro Dios es el único Señor, no hay otro, es el que te rescató, te salvo, te liberó, es el que te ama incondicionalmente.
Por eso la respuesta que espera Dios de su pueblo, como un don de su amor, un regalo, antes que un precepto, es lo que dice el texto, en un clima de amistad.
“Tu amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”
Este texto que rezaban los judíos piadosos tres veces al día, lo tenían muy presente, por eso repite el libro del Deuteronomio, graba en tu corazón estas palabras que yo te digo. Llevaban este texto en la frente y en los brazos para recordarlos.
No se trata de tenerlos presentes sino de vivirlos. La fuerza del amor a Dios viene de el mismo. Dice el salmo 17:
“Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi roca, mi fortaleza y mi libertador. Mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte”
Pero el Señor, añade una segunda respuesta que no había preguntado el escriba. Dice Jesús, que el segundo mandamiento, unido inseparablemente al primero es el amor al prójimo, que no es el más cercano sino toda persona, especialmente el más necesitado. Como a uno mismo, porque uno mismo es prójimo, imagen de Dios. Es el precepto del amor, un mandamiento doble, Dios y el prójimo.
Este amor, compromete toda la persona. Cuando Dios conquista un corazón, está dispuesto a entregar la vida por su Señor. Así lo hicieron los Santos, que es la victoria del amor de Dios en sus vidas.
Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor
Dice la segunda lectura; que Jesús, el Sumo Sacerdote, puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos
El que se acercó a Él, fue el escriba, un hombre de corazón inquieto, que buscaba respuesta al problema de la ley y los mandamientos. Se había encontrado con la encarnación del Amor de Dios, aquel que amó y ama, con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas. La verdadera ley que rige la vida de los hombres es el Amor, con mayúscula. En esta escala de valores aparecen los tres amores, que permanecen en su orden. Dios, el prójimo y yo.
Los mandamientos son de Dios, vienen de Él y llevan a Él. Los hombres si inventan otros, y están en consonancia con ellos, prolongan la actualidad de los mandamientos, sino lo descarrilan. Son cauces de libertad, como el río que necesita un cauce para que llegue al mar. Los mandamientos no coaccionan la libertad, sino que la plenifican. Los mandamientos son como el manual de instrucciones del hombre. Así como uno observa las indicaciones de un manual para el uso de un electrodoméstico, de manera que anden bien, del mismo modo, con esta comparación, funcionaría el hombre, con la observancia los preceptos. Son mandamientos, porque mandan, ordenan, indican, como señales del camino, cosas buenas para el hombre, y como expresión de la voluntad de Dios, ya que es esto lo que le agrada y complace. Así dice San Juan en su primera carta (5, 3)
“El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga”
En este mundo, donde hay hermosísimos testimonios de amor, de entrega y de generosidad también los hay de egoísmo, interés y maledicencia. Cuando no hay verdadero amor de Dios, el prójimo es como alguien que estorba, molesta. En esta campaña por la aprobación de la ley del aborto, reconociendo que existe este mal, un cartel decía: aborto legal, seguro y gratuito. Tres mentiras. Como puede haber amor, cuando se esta matando a un inocente. Como puede haber amor a la vida, cuando se le esta declarando una sentencia de muerte. Como puede haber amor a un ser humano, si le esta negando su primer derecho el de nacer. Si esto pasa en el comienzo de la vida, también ocurre con los ancianos que están recorriendo los últimos años de su existencia. Hacinados y asilados en hogares, donde muchos son depositados como objetos en desuso, sufren la soledad, el descuido, la mala atención, es decir la falta de amor. En el periódico sale la realidad de estos geriátricos donde muchos no reúnen las condiciones de salubridad o higiene, y atención medica, que han sido denunciados a las autoridades no solo estos institutos de la tercera edad, sino también el abandono de los familiares.
Decía San Juan de la Cruz, que donde no hay amor, pon amor y sacarás amor. Es todo un desafío y una meta.
En todo hay que distinguir lo importante de lo secundario. Primero Dios y el prójimo, primero el amor a Dios y a los hermanos, luego vendrán las otras necesidades. Concluimos con una interesante narración del Cardenal Raniero Cantalamessa.
Un día, un anciano profesor fue llamado como experto para hablar sobre la planificación más eficaz del tiempo a los mandos superiores de algunas importantes empresas norteamericanas. Entonces decidió probar un experimento. De pie, frente al grupo listo para tomar apuntes, sacó de debajo de la mesa un gran vaso de cristal vacío. A la vez tomó también una docena de grandes piedras, del tamaño de pelotas de tenis, que colocó con delicadeza, una por una, en el vaso hasta llenarlo. Cuanto ya no se podían meter más, preguntó a los alumnos: « ¿Os parece que el vaso está lleno?», y todos respondieron: «¡Sí!». Esperó un instante e insistió: « ¿Estáis seguros?».
Se inclinó de nuevo y sacó de debajo de la mesa una caja llena de gravilla que echó con precisión encima de las grandes piedras, moviendo levemente el vaso para que se colara entre ellas hasta el fondo. «¿Está lleno esta vez el vaso?», preguntó. Más prudentes, los alumnos comenzaron a comprender y respondieron: «Tal vez aún no». « ¡Bien!», contestó el anciano profesor. Se inclinó de nuevo y sacó esta vez un saquito de arena que, con cuidado, echó en el vaso. La arena rellenó todos los espacios que había entre las piedras y la gravilla. Así que dijo de nuevo: «¿Está lleno ahora el vaso?». Y todos, sin dudar, respondieron: «¡No!». En efecto, respondió el anciano, y, tal como esperaban, tomó la jarra que estaba en la mesa y echó agua en el vaso hasta el borde.
En ese momento, alzó la vista hacia el auditorio y preguntó: «¿Cuál es la gran verdad que nos muestra ese experimento?». El más audaz, pensando en el tema del curso (la planificación del tiempo), respondió: «Demuestra que también cuando nuestra agenda está completamente llena, con un poco de buena voluntad, siempre se puede añadir algún compromiso más, alguna otra cosa por hacer». «No –respondió el profesor–; no es eso. Lo que el experimento demuestra es otra cosa: si no se introducen primero las piedras grandes en el vaso, jamás se conseguirá que quepan después». Tras un instante de silencio, todos se percataron de la evidencia de la afirmación. Así que prosiguió: « ¿Cuáles son las piedras grandes, las prioridades, en vuestra vida? ¿La salud? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿Defender una causa? ¿Llevar a cabo algo que os importa mucho? Lo importante es meter estas piedras grandes en primer lugar en vuestra agenda. Si se da prioridad a miles de otras cosas pequeñas (la gravilla, la arena), se llenará la vida de nimiedades y nunca se hallará tiempo para dedicarse a lo verdaderamente importante. Así que no olvidéis plantearos frecuentemente la pregunta: “¿Cuáles son las piedras grandes en mi vida?” y situarlas en el primer lugar de vuestra agenda». A continuación, con un gesto amistoso, el anciano profesor se despidió del auditorio y abandonó la sala.
A las «piedras grandes» mencionadas por el profesor –la salud, la familia, los amigos…– hay que añadir dos más, que son las mayores de todas: los dos mandamientos mayores: amar a Dios y amar al prójimo. Verdaderamente, amar a Dios, más que un mandamiento es un privilegio, una concesión. Si un día lo descubriéramos, no dejaríamos de dar gracias a Dios por el hecho de que nos mande amarle, y no querríamos hacer otra cosa más que cultivar este amor.
Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario