Domingo 30°. Tiempo durante el año. Ciclo B. Domingo 24 de octubre de 2021

Domingo 30º Tiempo durante el año. Ciclo B. 24 de octubre de 2021

Jer 31, 7-9               «Traigo ciegos y lisiados llenos de consuelo»

Heb 5, 1-6               «Tu eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec»

Mc 10, 46-52           «Maestro, que yo pueda ver»

Evangelio

Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Ánimo, levántate! Él te llama». Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

Comentario

No necesito ver para creer

Puede ser la respuesta de Bartimeo, el mendigo ciego que presenta el evangelio de este domingo. “Felices los que creen sin haber visto” dijo Jesús al apóstol Tomás. (Jn 20,29).Es un reproche indirecto que hace Bartimeo a los discípulos y testigos de su tiempo. Pero también a nosotros, que tenemos ojos para mirar. Porque este ciego, que no pudo ver los milagros de Jesús, ni verlo a El mismo, que es la luz, creyó en su corazón, al saber que pasaba el Señor y lo confesó, como hijo de David. Tuvo los ojos del alma despiertos, los ojos de la fe, atentos, al paso de Jesús, y aprovecho esa única oportunidad de su vida. Se cumple las palabras de San Agustín. «Temo a Dios que pasa y no vuelve». Su nombre paso a ser famoso, un desconocido de su tiempo a ser conocido por la historia de la Iglesia.

El antes y el después de Bartimeo

El relato de San Marcos es rico en detalles. En Jericó, el hijo de Timeo, era un mendigo, ciego, sentado al borde del camino, desanimado, de voz potente, poseedor de una capa, posiblemente joven, pedigüeño y desorientado (dice el texto, se puso de pie de un salto,  se puede entender que era ágil y vital). El encuentro con Jesús, la súplica con gritos e insistencia, conmueven el corazón del Señor, que realiza el milagro y cambia su vida.

Dejo Jericó, y va con Jesús a donde quiera que vaya, a Jerusalén y a todas partes, ya no tiene sitio. El Señor es el lugar.

Dejo de ser mendigo, ahora será pobre con Jesús, y rico con El, porque encontró el verdadero tesoro, la perla fina, la verdadera agua que calma su sed y limpia su espíritu, el que vivía sucio por su indigencia.

Dejo de ser ciego. Jesús, escucho el clamor de su oración, porque era ciego, pero no sordo, tenía afinado el odio del alma. Pasa de la oscuridad de la ceguera a la visión de la vida, de las tinieblas de los ojos a la luz de la mirada, de la tristeza de su condición, a la alegría del seguimiento.

Dejo de estar sentado. Ya no será esa su posición habitual, será un caminante con Jesús, un discípulo. Jesús lo levanto de la postración de la desesperanza.

Dejo de estar junto al camino. Tampoco seguirá al borde del camino, porque se ha integrado al grupo de los apóstoles, porque encontró a Jesús, el verdadero camino, y pasa de ser un marginado a un integrado, de ser mirado de costado a ser aceptado de frente, de ser un solitario a ser un comunitario, de estar al borde de la vida, en peligro de muerte, a ser un ubicado en la comunidad de los discípulos. Tuvo que pasar Jesús, para salvarlo, para curarlo. Otros habrán posiblemente pasado de largo, como en el otro Jericó del sacerdote y del Levita. Solo el Samaritano lo ayudo al hombre caído. Pero Jesús se intereso por El.

Dejo de gritar, Ahora se dedica a escuchar al maestro, a hacer silencio para orar, a mirar antes de gritar. Y deja el pobre grito, para perdonar.

Dejo de estar desanimado, Jesús le dijo: “llámenlo”. Antes nadie quizás le había pronunciado esa palabra. Llámenlo, tráiganlo, acérquenlo, preocúpense por El. Le dijeron, porque fueron varios seguramente. “Animo”, Otra palabra que hacía tiempo  no escuchaba. Esos amigos de Jesús, lo ayudaron a tomar la última decisión. Y volvió a resonar una brisa de esperanza. Animo, animo, es Jesús el que te llama, el que te espera. Es tu hora, es tu tiempo, es ya.

Dejo su manto, Dejo su estilo de vida, dejo lo poco que tenia, porque ahora tendrá la túnica del Señor, y eso le basta, como la hemorroisa, que con solo tocar su manto quedo curada. Ya no lo necesita, porque encontró al verdadero necesario,  como María, que eligió la mejor parte.

Dejo su juventud. Entro en la madurez del seguimiento. De un salto fue hacia El. Su vida iba a los saltos, a los tumbos. Ahora salto a la fe, a la conversión. Entra en la nueva juventud, en un tiempo de júbilo. Su decisión, sostenida por la gracia de Dios, lo hizo saltar a la verdadera vida, autentica juventud.

Dejo de pedir. “Que yo pueda ver”, fueron sus palabras. Ahora ya no pide, porque recibió la luz, de aquel que es luz de luz. Ahora se va a dedicar a dar, para que otras puedan pedir, y otros puedan recibir.

Dejo de estar perdido: Dice el texto que lo siguió por el camino. Ahora los discípulos y la gran multitud, tiene un nuevo integrante, un nuevo vidente, un nuevo discípulo, un nuevo orientado. Porque el Señor le devolvió la dignidad de hijo, y la gracia de ser seguidor. El que estaba perdido, como el hijo pródigo, fue encontrado. Ahora Jesús, es su brújula, su norte, su destino, su camino.

¿Qué pregunta nos podemos hacer de esta reflexión? ¿Qué necesito dejar?

Los ciegos del siglo XXI

 Si siempre hubo, hay y habrá ciegos, pero despiertos para otros sentidos, hoy tenemos un nuevo grupo de ciegos. Por la gracia del Señor, y su misericordia, todos tenemos la posibilidad de ser sanados de nuestras cegueras. Citamos solo algunas de entre varias y quizás mejor resumidas por otros.

La ceguera física, porque los milagros existen también hoy, y hay ciegos que se han curado y pueden curarse, en el misterio de la providencia y voluntad divina.

La ceguera espiritual, porque el encuentro verdadero con Jesús, el Señor, el Hijo de la luz, abre los ojos nublados del alma, por las tinieblas del pecado, que no permite ver, especialmente distinguir, en este mundo de hoy, lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, lo bello de lo feo, lo justo de lo injusto.

La ceguera moral, de aquellos que están empecinados por el propio orgullo y amor desordenado de si mismo, en no querer ver lo lógico, lo evidente, lo que es de sentido común, y se aferran a su propio ceguera de odio, de incorrecciones, de revanchismo, de intolerancia, de violencia, de lujuria y otros vicios.

La ceguera social, de aquellos que no quieren ver lo que es posible solucionar, o dejan de ver por comodidad, las sanas advertencias que reciben para corregir el rumbo de las situaciones.

Me pregunto ¿Cuál es mi ceguera más fuerte o que necesita ser curada?

Que estas reflexiones puedan ayudar, como un pequeño grano de sal, a dar un poco de gusto a la vida y aprovechar aquello que en este comentario pudo ser útil para vivir la palabra y dejarnos conducir por la luz de Dios, y entrar en el camino del evangelio de la Iglesia, como un nuevo Bartimeo.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario. Te: 0341 4408570