2º Domingo de Adviento. Ciclo A. domingo 4 de diciembre de 2022

Is. 11, 1-10     “Juzgará con justicia a los débiles”

Rom 15, 4-9    “Sean mutuamente acogedores como Cristo los acogió a ustedes”

Mt. 3, 1-12      “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”

Evangelio


En aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.  Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible.

Una voz que grita

            La liturgia de la misa de este segundo domingo de Adviento, presenta la figura de San Juan Bautista, el último de los profetas, el precursor del Señor, que anuncia y prepara el camino para la llegada inminente de Jesús. Es aquel que bautiza, de ahí su titulo de Bautista, con un bautismo de penitencia o arrepentimiento de los pecados.

            San Juan Bautista, es el mensajero de Dios, que anunció el profeta Isaías, cuando el pueblo regresaba del exilio de Babilonia: preparen el camino y allanen sus senderos.

            San Juan Bautista, es también el nuevo Elías, por el atuendo de su vestimenta, al estilo de aquel profeta, y que esperan los judíos, como anticipo de la llegada del Mesías.

            San Juan Bautista es la voz, Jesús es la Palabra, que grita, que sacude la conciencia, para despertar al Pueblo del pecado, y moverlo al arrepentimiento. Preparar el camino, y allanar los senderos es una tarea exigente, que reclama esfuerzo cotidiano. Por eso dice muy bien el Cardenal Rainiero Cantalamessa: Dios allana, Dios colma, Dios traza la senda, es tarea nuestra secundar su acción, recordando que, como dice San Agustín:

 “quien nos ha creado sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”
            El desierto, es en la Biblia, el lugar de la soledad, del retiro, de la prueba, de tentación y de la purificación. Ir al desierto es ir al examen de la vida, es detener la marcha y mirar como está el corazón. Por eso el profeta anuncia, lo mismo que luego predicará Jesús: Conviértanse. Convertirse significa, cambio de vida, cambio de mentalidad.  Es como una campanada al corazón, que Dios quiere hacer resonar en el fondo de nuestro corazón, para volver a El. Convertirse es una gracia y una tarea, que no se termina nunca, pero que en este tiempo de Adviento se acentúa con más intensidad. Es un tiempo propicio, un tiempo favorable, un tiempo de gracia, que el Señor nos regala para acercarnos nuevamente a El, con una actitud de arrepentimiento. Se trata de convertirse, de girar, como en los desfiles militares, que al escuchar la palabra conversión, los soldados giraban sobre sí, 180 grados para marchar en sentido contrario. Y la conversión tiene también esto, dar la espalda al pecado y mirar a Dios.

            Hoy esta palabra, no tiene mucha prensa, ni tampoco da gusto escucharla, ya que cierto clima de bienestar y comodidad, aleja de la exigencia, como preparación, al estilo de los deportistas, para salir al encuentro del Señor que llegará. San Juan Bautista no solo predica la conversión, sino que el mismo es un signo de conversión, el mismo, por sus palabras, y su vida, es un testimonio creíble de lo que dice. La austeridad de su vestimenta, una túnica de pelos de camellos y un cinturón de cuero, la sobriedad en sus comidas, langostas y miel silvestre, anuncian las actitudes para abrir un sendero en el corazón, anegado por el pecado, y allanar los senderos, de la soberbia, la ambición de poder, y la avaricia del dinero.

            Esta voz, que como un eco, quiere resonar en nuestra vida, es la que nos ayudara a encaminar dentro de nuestras actividades y tareas habituales, hacia la luz de Jesús, que se encenderá en esta navidad. Para esto, es necesario, callar otras voces, calmar otros ruidos, y silenciar otros bochinches, para dejar que esta voz pueda, como una semilla, caer fresca en nuestra vida.

            Como dijo sabiamente el Siervo de Dios Pío XII, hoy se ha perdido el sentido del pecado, y agregará Juan Pablo II, porque se ha eclipsado la imagen de Dios. Por eso escuchamos que algunas personas, dicen “yo no me arrepiento de nada” con notorios pecados. ¡Que ceguera espiritual! Para algunos, no le importa si una cosa es pecado o no. Todo es normal, todo vale, todo el mundo lo hace. De esta situación, la Iglesia, como Madre intenta ayudarnos a salir, pasando de la esclavitud espiritual del pecado, a la libertad de los hijos de Dios. Y la confesión es el paso.

La sincera conversión

            San Juan Bautista, como se dice hoy, no tenía pelos en la lengua, y fustiga a los fariseos y saduceos, que no basta con pertenecer a esos grupos religiosos o ser hijos de Abraham, sino hay obras de conversión. Por eso los critica duramente, para que se corrijan, diciéndoles: raza de víboras. El que vendrá será el juez de sus vidas. El juicio de Dios o la ira de Dios, como juez, que sabrá discernir, donde esta el bien y donde esta el mal, está presentado con algunas figuras: el hacha en la raíz de los árboles, la horquilla para limpiar la era. Para concretar esta conversión, están llamados a recibir el bautismo de penitencia, que prepara el verdadero bautismo sacramento, que inaugurará el Señor. El bautizará con el Espíritu Santo, el amor de Dios y con fuego, el símbolo de la purificación de los pecados.

            La primera lectura anuncia, al futuro Mesías, como una rama del tronco de Jesé, de la descendencia de David, que entronca con el mismo Señor, y colmado con la plenitud de los dones del Espíritu. Sobre el reposará el espíritu del Señor; espíritu de Sabiduría y de inteligencia.

            Realmente San Juan Bautista vive la conversión como humildad. No se predica a si mismo, ni se embriaga de si mismo ni de su capacidad, sino que reconoce, y este es un paso para esta virtud, que el que viene detrás de mi, (por eso el precursor) es más poderoso que yo, y ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Y nosotros ¿Qué decimos a esto?

            El Reino de los cielos esta cerca, dice el Bautista, porque se aproxima el Señor, que es el Rey y el Reino, porque traerá su palabra, sus signos, y su gracia. El salmo 71 de la misa predice: Que en sus días florezca la justicia y abunde la paz. Esa paz paradisíaca, tan anhelada por el hombre de hoy, se instalara primero en su corazón, cuando acepte, movido por el don divino, al Señor en su camino y en sus acciones. Así se cumplirá lo que dice Isaías: el lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostara junto al cabrito. Este adviento, es como un viento nuevo que está soplando y empujando para que nos decidamos por la conversión y prepararemos con esperanza y gozo un pesebre para el niño Dios. Así dice San Pablo en la segunda lectura: que por la constancia y el consuelo que dan las escrituras, mantengamos la esperanza

            Pidamos al Señor, como decía el querido, siervo de Dios, el Papa San Juan Pablo II: Señor conviérteme, porque no estoy convertido”. Esta es una oración sincera para pedir cada día a Dios como un don necesario.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario