Solemnidad de la Ascensión del Señor. Ciclo B. Domingo 16 de Mayo de 2021

Solemnidad de la Ascensión del Señor. Ciclo B. Domingo 16 de Mayo de 2021. 55° Jornada Mundial  de las Comunicaciones Sociales

Hc 1, 1-11                                                    “Lo vieron elevarse”

Ef 1, 17-23                                                   “Lo hizo sentar a su derecha en el cielo”

Mc 16, 15-20                                                “Fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”

Evangelio

Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.»

Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Comentario

El monte de la Ascensión

Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”, reza un famoso dicho popular. Esta solemnidad de la Ascensión se celebra 40 días después de la pascua, como narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, que cae justamente un día jueves, y en algunos países se festeja ese día como precepto (en Estados Unidos de Norteamérica). Para la facilitar la participación de los fieles, se ha trasladado al domingo siguiente.

Narra el Padre José Luis Martín Descalzo (+) en su libro “Vida y Misterio de Jesús de Nazaret” (tomo III. Pág. 429) lo siguiente con respecto al lugar donde Jesús subió a los cielos:

“Todos los años en la víspera de la Fiesta de la Ascensión, la cima del monte de los Olivos (en Jerusalén, donde se supone que Jesús subió a los Cielos, según Hc 1,12) se ve inundado de alegría…cientos de Cristianos suben a festejar el triunfo definitivo de Cristo, su marcha gloriosa a los cielos… en la ladera del monte se pueblan de tiendas de campaña para pasar la noche…arden hogueras en torno al templete que fuera en tiempos iglesia cristiana y es hoy mezquita musulmana…todos saben que aquí, en este sitio, se alejó el Señor de la vista de los suyos…En ese preciso lugar se levantó en el Siglo IV una basílica…y San Jerónimo dice que era de forma redonda, y tenía el techo abierto para que los fieles, en sus plegarias pudieran contemplar el cielo en el que Jesús se perdió…

La tradición reconoce en la Mezquita, la roca desde donde Jesús subió a los cielos, conservando la pisada del pie derecho.

En el relato de San Marcos, se dice que Jesús “fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”. De una manera sencilla, explica esto el Papa Benedicto XVI (Homilía de la Ascensión; 24 de mayo de 2009)

“La Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del  hombre crucificado y resucitado de la realeza de Dios sobre el mundo.  Pero hay un sentido más profundo, que no se percibe en un primer momento. En la  página de los Hechos de los Apóstoles se dice ante todo que Jesús «fue elevado» ( Hch 1, 9), y luego se añade que «ha sido llevado» ( Hch 1, 11). El acontecimiento no se describe como un viaje hacia lo alto, sino como una acción del poder de Dios,  que introduce a Jesús en el espacio de la proximidad divina. La presencia de la nube que «lo ocultó a sus ojos» ( Hch 1, 9) hace referencia a una antiquísima imagen de la teología del Antiguo Testamento, e inserta el relato de la Ascensión en la historia de Dios con Israel, desde la nube del Sinaí y sobre la tienda de la Alianza en el desierto, hasta la nube luminosa sobre el monte de la Transfiguración. Presentar al Señor envuelto en la nube evoca, en definitiva, el mismo misterio expresado por el simbolismo de «sentarse a la derecha de Dios». En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. El «cielo», la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están  inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él”.

Podemos concluir esta primera parte, con el resumen que trae el catecismo de la Iglesia Católica sobre el misterio de la Ascensión del Señor, (C.I.C. 665-667) que rezamos en el Credo

La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).

Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente.

Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.

Ascensión y Comunicación

La fiesta de la Ascensión, nos prepara también para la Solemnidad de Pentecostés. Antes de enviar el Espíritu Santo, los apóstoles están reunidos en oración, junto a María Virgen. Necesitamos orar antes de misionar, para anunciar con la fuerza del Espíritu el mensaje del Señor.

Las despedidas humanas suelen ser emotivas y tristes. Los saludos y las lágrimas se pierden cuando alguien se encamina a un largo viaje, con posibilidades de no regresar. Pero no sucede así con Jesús. Dice el Salmo 46 de la Misa:

“El Señor asciende entre aclamaciones…canten, canten a nuestro Dios…El Señor reina sobre las naciones, el Señor se sienta en su trono sagrado”

Lo que parece una despedida, la ausencia visible del Señor, se convertirá en una presencia nueva. Jesús concluyó su tarea de predicación en esta tierra. Ahora viene la misión de la iglesia.

San Ambrosio dirá: “Bajó Dios, subió hombre”. San Agustín es más expresivo: “El no abandonó el cielo al bajar hasta nosotros, ni tampoco se alejó de nosotros cuando de nuevo subió al cielo”

            La llamada a la Nueva Evangelización, compromete el modo de transmitir el mensaje, siendo fieles a la doctrina. El Papa Francisco   nos deja para la 55° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales un mensaje para este año. Transcribimos todo el texto:

«Ven y lo verás» (Jn 1,46). Comunicar encontrando a las personas donde están y como son

Queridos hermanos y hermanas:

La invitación a “ir y ver” que acompaña los primeros y emocionantes encuentros de Jesús con los discípulos, es también el método de toda comunicación humana auténtica. Para poder relatar la verdad de la vida que se hace historia (cf. Mensaje para la 54.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 2020) es necesario salir de la cómoda presunción del “como es ya sabido” y ponerse en marcha, ir a ver, estar con las personas, escucharlas, recoger las sugestiones de la realidad, que siempre nos sorprenderá en cualquier aspecto. «Abre pasmosamente tus ojos a lo que veas y deja que se te llene de sabia y frescura el cuenco de las manos, para que los otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante cuando te lean», aconsejaba el beato Manuel Lozano Garrido[1] a sus compañeros periodistas. Deseo, por lo tanto, dedicar el Mensaje de este año a la llamada a “ir y ver”, como sugerencia para toda expresión comunicativa que quiera ser límpida y honesta: en la redacción de un periódico como en el mundo de la web, en la predicación ordinaria de la Iglesia como en la comunicación política o social. “Ven y lo verás” es el modo con el que se ha comunicado la fe cristiana, a partir de los primeros encuentros en las orillas del río Jordán y del lago de Galilea.

Desgastar las suelas de los zapatos

Pensemos en el gran tema de la información. Opiniones atentas se lamentan desde hace tiempo del riesgo de un aplanamiento en los “periódicos fotocopia” o en los noticieros de radio y televisión y páginas web que son sustancialmente iguales, donde el género de la investigación y del reportaje pierden espacio y calidad en beneficio de una información preconfeccionada, “de palacio”, autorreferencial, que es cada vez menos capaz de interceptar la verdad de las cosas y la vida concreta de las personas, y ya no sabe recoger ni los fenómenos sociales más graves ni las energías positivas que emanan de las bases de la sociedad. La crisis del sector editorial puede llevar a una información construida en las redacciones, frente al ordenador, en los terminales de las agencias, en las redes sociales, sin salir nunca a la calle, sin “desgastar las suelas de los zapatos”, sin encontrar a las personas para buscar historias o verificar de visu ciertas situaciones. Si no nos abrimos al encuentro, permaneceremos como espectadores externos, a pesar de las innovaciones tecnológicas que tienen la capacidad de ponernos frente a una realidad aumentada en la que nos parece estar inmersos. Cada instrumento es útil y valioso sólo si nos empuja a ir y a ver la realidad que de otra manera no sabríamos, si pone en red conocimientos que de otro modo no circularían, si permite encuentros que de otra forma no se producirían.

Esos detalles de crónica en el Evangelio

A los primeros discípulos que quieren conocerlo, después del bautismo en el río Jordán, Jesús les responde: «Vengan y lo verán» (Jn 1,39), invitándolos a vivir su relación con Él. Más de medio siglo después, cuando Juan, muy anciano, escribe su Evangelio, recuerda algunos detalles “de crónica” que revelan su presencia en el lugar y el impacto que aquella experiencia tuvo en su vida: «Era como la hora décima», anota, es decir, las cuatro de la tarde (cf. v. 39). El día después —relata de nuevo Juan— Felipe comunica a Natanael el encuentro con el Mesías. Su amigo es escéptico: «¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe no trata de convencerlo con razonamientos: «Ven y lo verás», le dice (cf. vv. 45-46). Natanael va y ve, y desde aquel momento su vida cambia. La fe cristiana inicia así. Y se comunica así: como un conocimiento directo, nacido de la experiencia, no de oídas. «Ya no creemos por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos lo hemos oído», dice la gente a la Samaritana, después de que Jesús se detuvo en su pueblo (cf. Jn 4,39-42). El “ven y lo verás” es el método más sencillo para conocer una realidad. Es la verificación más honesta de todo anuncio, porque para conocer es necesario encontrar, permitir que aquel que tengo de frente me hable, dejar que su testimonio me alcance.

Gracias a la valentía de tantos periodistas

También el periodismo, como relato de la realidad, requiere la capacidad de ir allá donde nadie va: un movimiento y un deseo de ver. Una curiosidad, una apertura, una pasión. Gracias a la valentía y al compromiso de tantos profesionales —periodistas, camarógrafos, montadores, directores que a menudo trabajan corriendo grandes riesgos— hoy conocemos, por ejemplo, las difíciles condiciones de las minorías perseguidas en varias partes del mundo; los innumerables abusos e injusticias contra los pobres y contra la creación que se han denunciado; las muchas guerras olvidadas que se han contado. Sería una pérdida no sólo para la información, sino para toda la sociedad y para la democracia si estas voces desaparecieran: un empobrecimiento para nuestra humanidad.

Numerosas realidades del planeta, más aún en este tiempo de pandemia, dirigen al mundo de la comunicación la invitación a “ir y ver”. Existe el riesgo de contar la pandemia, y cada crisis, sólo desde los ojos del mundo más rico, de tener una “doble contabilidad”. Pensemos en la cuestión de las vacunas, como en los cuidados médicos en general, en el riesgo de exclusión de las poblaciones más indigentes. ¿Quién nos hablará de la espera de curación en los pueblos más pobres de Asia, de América Latina y de África? Así, las diferencias sociales y económicas a nivel planetario corren el riesgo de marcar el orden de la distribución de las vacunas contra el COVID. Con los pobres siempre como los últimos y el derecho a la salud para todos, afirmado como un principio, vaciado de su valor real. Pero también en el mundo de los más afortunados el drama social de las familias que han caído rápidamente en la pobreza queda en gran parte escondido: hieren y no son noticia las personas que, venciendo a la vergüenza, hacen cola delante de los centros de Cáritas para recibir un paquete de alimentos.

Oportunidades e insidias en la web

La red, con sus innumerables expresiones sociales, puede multiplicar la capacidad de contar y de compartir: tantos ojos más abiertos sobre el mundo, un flujo continuo de imágenes y testimonios. La tecnología digital nos da la posibilidad de una información de primera mano y oportuna, a veces muy útil: pensemos en ciertas emergencias con ocasión de las cuales las primeras noticias y también las primeras comunicaciones de servicio a las poblaciones viajan precisamente en la web. Es un instrumento formidable, que nos responsabiliza a todos como usuarios y como consumidores. Potencialmente todos podemos convertirnos en testigos de eventos que de otra forma los medios tradicionales pasarían por alto, dar nuestra contribución civil, hacer que emerjan más historias, también positivas. Gracias a la red tenemos la posibilidad de relatar lo que vemos, lo que sucede frente a nuestros ojos, de compartir testimonios.

Pero ya se han vuelto evidentes para todos también los riesgos de una comunicación social carente de controles. Hemos descubierto, ya desde hace tiempo, cómo las noticias y las imágenes son fáciles de manipular, por miles de motivos, a veces sólo por un banal narcisismo. Esta conciencia crítica empuja no a demonizar el instrumento, sino a una mayor capacidad de discernimiento y a un sentido de la responsabilidad más maduro, tanto cuando se difunden, como cuando se reciben los contenidos. Todos somos responsables de la comunicación que hacemos, de las informaciones que damos, del control que juntos podemos ejercer sobre las noticias falsas, desenmascarándolas. Todos estamos llamados a ser testigos de la verdad: a ir, ver y compartir.

Nada reemplaza el hecho de ver en persona

En la comunicación, nada puede sustituir completamente el hecho de ver en persona. Algunas cosas se pueden aprender sólo con la experiencia. No se comunica, de hecho, solamente con las palabras, sino con los ojos, con el tono de la voz, con los gestos. La fuerte atracción que ejercía Jesús en quienes lo encontraban dependía de la verdad de su predicación, pero la eficacia de lo que decía era inseparable de su mirada, de sus actitudes y también de sus silencios. Los discípulos no escuchaban sólo sus palabras, lo miraban hablar. De hecho, en Él —el Logos encarnado— la Palabra se hizo Rostro, el Dios invisible se dejó ver, oír y tocar, como escribe el propio Juan (cf. 1 Jn 1,1-3). La palabra es eficaz solamente si se “ve”, sólo si te involucra en una experiencia, en un diálogo. Por este motivo el “ven y lo verás” era y es esencial.

Pensemos en cuánta elocuencia vacía abunda también en nuestro tiempo, en cualquier ámbito de la vida pública, tanto en el comercio como en la política. «Sabe hablar sin cesar y no decir nada. Sus razones son dos granos de trigo en dos fanegas de paja. Se debe buscar todo el día para encontrarlos y cuando se encuentran, no valen la pena de la búsqueda»[2]. Las palabras mordaces del dramaturgo inglés también valen para nuestros comunicadores cristianos. La buena nueva del Evangelio se difundió en el mundo gracias a los encuentros de persona a persona, de corazón a corazón. Hombres y mujeres que aceptaron la misma invitación: “Ven y lo verás”, y quedaron impresionados por el “plus” de humanidad que se transparentaba en su mirada, en la palabra y en los gestos de personas que daban testimonio de Jesucristo. Todos los instrumentos son importantes y aquel gran comunicador que se llamaba Pablo de Tarso hubiera utilizado el correo electrónico y los mensajes de las redes sociales; pero fue su fe, su esperanza y su caridad lo que impresionó a los contemporáneos que lo escucharon predicar y tuvieron la fortuna de pasar tiempo con él, de verlo durante una asamblea o en una charla individual. Verificaban, viéndolo en acción en los lugares en los que se encontraba, lo verdadero y fructuoso que era para la vida el anuncio de salvación del que era portador por la gracia de Dios. Y también allá donde este colaborador de Dios no podía ser encontrado en persona, su modo de vivir en Cristo fue atestiguado por los discípulos que enviaba (cf. 1 Co 4,17).

«En nuestras manos hay libros, en nuestros ojos hechos», afirmaba san Agustín[3] exhortando a encontrar en la realidad el cumplimiento de las profecías presentes en las Sagradas Escrituras. Así, el Evangelio se repite hoy cada vez que recibimos el testimonio límpido de personas cuya vida ha cambiado por el encuentro con Jesús. Desde hace más de dos mil años es una cadena de encuentros la que comunica la fascinación de la aventura cristiana. El desafío que nos espera es, por lo tanto, el de comunicar encontrando a las personas donde están y como son.

Señor, enséñanos a salir de nosotros mismos,
y a encaminarnos hacia la búsqueda de la verdad.

Enséñanos a ir y ver,
enséñanos a escuchar,
a no cultivar prejuicios,
a no sacar conclusiones apresuradas.

Enséñanos a ir allá donde nadie quiere ir,
a tomarnos el tiempo para entender,
a prestar atención a lo esencial,
a no dejarnos distraer por lo superfluo,
a distinguir la apariencia engañosa de la verdad.

Danos la gracia de reconocer tus moradas en el mundo
y la honestidad de contar lo que hemos visto.

Roma, San Juan de Letrán, 23 de enero de 2021, Vigilia de la Memoria de San Francisco de Sales.

[1]  Periodista español, que nació en 1920 y falleció en 1971; fue beatificado en 2010.

[2] W. Shakespeare, El Mercader de Venecia, Acto I, Escena I.

[3] Sermón 360/B, 20

Concluimos con esta reflexión final:

Como dijimos las despedidas son emotivas y difíciles. La despedida de Jesús de sus discípulos fue muy particular. Ellos quedaron sorprendidos, emocionados y entristecidos. Jesús, se va, asciende al cielo, pero se queda de un modo nuevo, no visible. “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” No solo es importante creer que Jesús se va, sino también, que deja. Nos preguntamos

¿Qué dejó el Señor en esta tierra? Podemos remarcar cinco puntos:

  1. Su testimonio: Los treinta y tres años de vida del Hijo de Dios, marcaron a fuego la historia
  2. Su Palabra: Aunque Jesús no escribió nada, si escribió en el corazón de sus discípulos, para que ellos redactaran lo esencial de su testimonio, plasmado en los Evangelios
  3. Sus Signos: Gestos proféticos, sacramentales y milagros
  4. Su comunidad. Un grupo de discípulos, que estuvo formando tres años, para que puedan continuar su obra. Vivir el ideal del amor a Dios y al prójimo. Es hoy la tarea de la comunidad eclesial
  5. Su Espíritu: Su mandamiento nuevo puede ser una frase muerta sino esta animada por la fuerza del Espíritu Santo que prometió Jesús enviar a su Iglesia y transformó a los discípulos

Jesús, abre definitivamente las puertas del Cielo, y nos prepara un lugar, nos espera. Por lo tanto el Cielo es Jesús y el cielo en la tierra es estar siempre en comunión con el y su Iglesia.

Jesús, regresa o vuele a la Casa del Padre, para interceder constantemente por nosotros, como Sacerdote Eterno, librándonos del pecado, y darnos su salvación

Jesús nos bendice como lo hizo con sus discípulos, con sus dones, especialmente con el don de su Espíritu.

Jesús envía a los discípulos y les dice y nos dice a todos: “vayan, anuncien, bauticen”. Necesitamos comunicar con claridad, caridad y celeridad, el mensaje a todos.

“Levantemos el corazón”, reza la oración de la Liturgia de la Misa.

“Lo tenemos levantados hacia el Señor” es la respuesta de la Asamblea. Que pidamos esto y pongamos lo nuestro para vivirlo, es un modo de encarnar la Ascensión del Señor.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario