Solemnidad de la Anunciación del Señor. 8 de abril de 2024 (Trasladada del 25/3)

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó.

Comentario

La sorpresa de Dios

                En este maravilloso relato de San Lucas, el único que trae este suceso, fue confiado por María al evangelista. Dios, a través del Ángel Gabriel, sorprende a la Virgen, irrumpe inesperadamente en su casa, pero también en su vida.

                Es el tiempo de Dios, la plenitud de los tiempos, como lo llama San Pablo, en la carta a los Gálatas, que marca una nueva etapa en la historia de la Salvación.

                Es la visita de Dios a su hija, de un modo único, al estilo divino. Eligio el camino de la humildad, de la pequeñez. Todo se desarrolla en la intimidad y la soledad de una casa, con una joven de Nazaret., comprometida con José, virgen, y de un nombre simple: María

                La sorpresa de Dios, es que María, tenía un regalo, un privilegio, concedido libremente, gratuitamente y extraordinariamente, por aquel que hace maravillas, y como dice el relato, para quien no hay nada imposible. Es que María, fue concebida en el vientre materno de su madre Santa Ana, sin el pecado original, libre del pecado, en previsión de su elección como Madre del Santo de los Santos. Decía el beato Duns Scotto: “convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo” Y este misterio de gozo, llena a todas las generaciones de alegría, gratitud y asombro, porque la mano de Dios, pensando en la salvación de la humanidad, se posó sobre una Virgen, que, por obra del Espíritu Santo, iba a ser madre, sin dejar de ser Virgen.

                Algunos artistas han representado esta escena, viendo a la Virgen, en actitud orante, posiblemente repasando textos de la escritura. Hoy también Dios nos habla a nosotros en el silencio de la oración, si tenemos ese oído atento. Es importante hablar con Dios en la oración, pero más todavía es escuchar lo que me quiere decir. Muchas decisiones importantes en la vida han pasado por el tamiz de la oración solitaria, silenciosa y serena, donde Dios se comunica con nosotros, y actúa en nosotros.

La elegida de Dios

                La elección, fue anunciada ya en el Antiguo Testamento, y preparada en la inmediatez del tiempo por el Ángel. La larga espera, como un primer adviento cumplido en María, abre la esperanza a todos los pueblos.

                Tres momentos se pueden marcar en este párrafo de San Lucas, en la solemnidad de la Inmaculada: El anuncio, el diálogo y la respuesta.

                El anuncio: María, por designio de Dios, es elegida entre todas las mujeres, y saludada, como primer mensaje, con la alegría del cielo. Alégrate. Hoy es importante que la Buena noticia de gracia y salvación, en contraposición con la mala noticia, del pecado, que recibe Dios en su corazón, se extienda como el ángel a muchas vidas desorientadas y confundidas. Por ser el mayor y fundamental anuncio, está lleno de gozo para María, y para el mundo. Dios, respeta la libertad de sus creaturas, de sus hijos, y golpea la puerta de la vida de la Virgen, pidiendo antes permiso para entrar y esperando su consentimiento, su Fiat, hágase, su Sí.

                El dialogo: Sorprendida por estas palabras, el autor sagrado utiliza la frase: “al oír estas palabras, ella quedo desconcertada, y se preguntaba”. Era más importante oír al Ángel que ver al Ángel. Este especial saludo; llena de gracia, sugiere, que este es el nuevo nombre de María, llena de gracia, plena, colmada, porque Dios la ha favorecido con este don particularísimo y anunciándole que el Señor está contigo, ahora y siempre. Las preguntas de María buscan aclarar el misterio, y su realización, escuchando que todas las promesas anunciadas por el Ángel, necesitan una respuesta, para que el esperado de las naciones, el Mesías, el hijo del Altísimo, pueda estar entre nosotros.

                La santísima trinidad, se hace presente en este pasaje, para que la concepción sea obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón, porque no hay nada imposible para Dios, que ya había hecho concebir a una mujer mayor y estéril, Isabel, su parienta ¿por qué no podía hacerlo con una joven virgen? Por eso la tradición de la Iglesia y la devoción han formulado esa triple realidad de la Santa María, como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo.

                La respuesta: Yo soy la servidora, que se cumpla en mi lo que has dicho. Dios cambia los proyectos de María, por algo muchísimo superior, grande y maravilloso. Del sí de María, depende el camino de esta historia. María, escucha, recibe y acepta el misterio Y el Verbo se hizo carne en el seno de la Virgen. Si el Ángel entro en su casa, mucho más admirable, es que Jesús entro en su seno purísimo. La inmaculada concepción, sin pecado concebida, iba a tener al INMACULADO, el que era igual que nosotros menos en el pecado, pero que iba a quitar el pecado del mundo, cargando antes con el pecado de la humanidad, para redimirnos y resucitando a una vida nueva, todo por nosotros y nuestra salvación, como reza el Credo.

En verdad María nunca dijo «fíat» porque no hablaba latín, ni siquiera griego. Lo que con toda probabilidad salió de sus labios es una palabra que todos conocemos y repetimos frecuentemente. Dijo «¡Amen!». Esta era la palabra con la que un hebreo expresaba su asentimiento a Dios, la plena adhesión a su plan.

San Agustín dijo que «María concibió por fe y dio a luz por fe»; más aún, que «concibió a Cristo antes en el corazón que en el cuerpo».

Concibe a Cristo la persona que toma la decisión de cambiar de conducta, de dar un vuelco a su vida. Da a luz a Jesús la persona que, después de haber adoptado esa resolución, la traduce en acto con alguna modificación concreta y visible en su vida y en sus costumbres. Por ejemplo, si blasfemaba, ya no lo hace; si tenía una relación ilícita, la corta; se cultivaba un rencor, hace la paz; si no se acercaba nunca a los sacramentos, vuelve a ellos; si era impaciente en casa, busca mostrarse más comprensiva, y así sucesivamente.

María es la nueva Eva, para una nueva creación, que, con su fíat, da el consentimiento para la Encarnación del Hijo de Dios. Por eso esta fiesta es Cristocéntrica, es la anunciación del Señor. El Sí de María y el Sí de su Hijo.

Dios se manifiesta en la oración. Por eso María estaba sola, en silencio y orando.

Dice San Luis María Grignon de Montfort: Dios se fijó en María por su pureza, pero se encarnó por su humildad.

En la Basílica de la Anunciación, está la gruta de la casa de María. Bajo el altar está el sello en mármol con la inscripción: Verbum Caro hic factum est

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario