Domingo de Pascua. Ciclo B. domingo 31 de marzo de 2024

Hch 10, 34a. 37-43 «Dios lo resucitó al tercer día»
Col 3,1-4 «Buscad los bienes de allá arriba»
Jn 20,1-9 «Vio y creyó»

Evangelio

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Comentario

Cristo Resucito. ¿Y yo?

            En este itinerario o camino cuaresmal, junto a la semana santa, que la Iglesia ha celebrado, llegamos a la meta anunciada y esperada por la liturgia. La pascua, el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, el Paso, del pecado de los hombres al triunfo del amor del Señor, de la esclavitud del demonio a la libertad de los hijos de Dios, del viernes santo al domingo pascual.

            La Iglesia confiesa su fe, en la resurrección del Señor, como una verdad digna de ser creída, pero también de no serlo, porque es un don de Dios y una respuesta del hombre. Podemos acordar por los datos históricos, la muerte real del Señor, confirmada por la lanzada del soldado, y por los hechos que narran los evangelios. Pero la resurrección entra en el campo de la fe, sin dejar su marco histórico.  Pero el Señor dejó pistas, y signos para nuestro camino, como elementos que arrojan luz en esta piedra fundamental del Credo Católico. Por eso dice San Agustín:

. «La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo. No es gran cosa creer que Jesús ha muerto; esto lo creen también los paganos; todos lo creen. Lo verdaderamente grande es creer que ha resucitado».

            Así San Juan, el discípulo al que Jesús amaba, al llegar al sepulcro, ese domingo de madrugada, vio y creyó. Vio las vendas en el suelo y el sudario que había envuelto su cabeza, y comenzó ya a creer.

            Jesús resucitó, como lo había anunciado con sus palabras, en tres explicitas ocasiones, y concretado, como un anticipo, en los tres milagros de la resurrección del hijo de la viuda de Naim, de su amigo Lázaro y de la hija de Jairo, funcionario real. Su propia transfiguración, revelaba su gloriosa resurrección futura.

            Jesús resucito, una vez, para no morir más, pero nosotros resucitamos muchas veces. Cuando experimentamos el peso del pecado, como una loza que tapa el corazón, y resucitamos a la vida de Dios, a través del sacramento de la reconciliación, que este año, vivieron muchos, que hacía tiempo que no se acercaban al abrazo divino de la confesión. También cuando estamos desanimados, decaídos, postrados en las dificultades, el Señor tiene por el poder de su palabra y de su acción divina, resucitarnos y levantarnos a seguir creyendo.

            Jesús resucitó, ¿Y yo? Es la pregunta que queda latente en esta breve homilía. Demos gracias a Dios, si lo hicimos. Pidámosle a Él, que nos ayude, si no lo pudimos llevar a cabo.

Resurrección si, reencarnación, no

            Es llamativo que estas fiestas alegres de la pascua, haya algunos hermanos creyentes, que todavía creen en la reencarnación. Nosotros creemos en la encarnación del hijo de Dios, en el seno purísimo de la santísima Virgen María por obra y gracia de Dios Espíritu Santo, que se hizo hombre y habito entre nosotros. A esto llamamos con este nombre. Encarnación, porque asumió la humanidad, como hombre y Dios verdadero.

            Pero la reencarnación, que es creer en sucesivas mutaciones en otra vida, posterior y anterior, no es digna de la naturaleza humana, y tampoco creíble por los datos de la Sagrada Escritura, distorsionando la imagen autentica de un Dios, que no juega con el hombre, porque nos ama infinitamente y no nos trata como juguetes de su capricho, que sería irracional.

            La resurrección que, si nos pide Dios, se extiende a nuestra vida. Acaso no podemos resucitar, dar vida, a cosas buenas, proyectos, o ideales dormidos que están como escondidos, apagados o guardados en un rincón de nuestra alma. Acaso no podemos convertirnos en resucitadores de los demás, en el sentido de ayudar con una palabra acertada, un gesto oportuno, un libro especial, una acción apostólica, a alguien que se encuentra alejado del camino de Dios o quizás empantanado por problemas, soledades, angustias o realidades difíciles que necesitan de cada uno, para ser instrumentos en las manos del Señor. Acaso no experimentamos de alguna manera, nuestra propia resurrección, cuando cada día nos levantamos de nuestro sueño, como una especie de muerte, para recomenzar el milagro de la vida. Acaso la naturaleza no tiene sus ciclos de muerte y vida. Muere la noche y nace el día, muere la semilla y nace la flor. Y mucho más, para renovar nuestra fe, en la resurrección final, cuando Jesús, vuelve al fin de lo tiempos y resucite con su poder divino, a todos los muertos, sea para la condenación o salvación eterna.

            Acaso cuando alguien encontró a Jesús, en su vida de verdad, toco su corazón, lo cambio, no se refleja también en el rostro, aunque tengamos días malos, el efecto de la resurrección.

            Porque como dice el evangelio, él debía resucitar de entre los muertos, y si esto no fuera de verdad, como dice San Pablo, es inútil nuestra fe. Alguien dijo que nadie muere por una mentira, y los testigos de la resurrección dieron su vida por esta verdad hecha carne, o encarnada en toda su existencia, sean apóstoles, discípulos, santos y santos a lo largo de dos mil años.

La pascua sigue

            Cada año nos saludamos con la expresión feliz pascua, y compartimos obsequios, reuniones familiares y encuentros fraternos. Pero la pascua, que recuerda el acontecimiento del pueblo judío, que paso de la esclavitud de Egipto a la libertad añorada, celebrada en esa noche de apuros, con hierbas amargas, la cena del cordero, panes ázimos, y con la esperanza de la obra de Dios que prometió a Moisés, al pasar el mar rojo, ahora es la nueva pascua dominical, donde la cena del cordero pascual es el mismo Jesús, el cordero sin mancha, que se entrego por nosotros y nuestra salvación en el ara de la cruz. La misa es nuestra pascua. La pascua sigue en nosotros y se extiende a todos los que quieren recibir la luz de la fe, de la alegría, de la esperanza, para llevarla a otros, anunciando el aleluya de un corazón nuevo.

            La pascua sigue, no se termina en la misa de un domingo, que puede ser la única del año, hasta espera la del siguiente. La pascua se celebra diariamente, se construye en los hechos, se anuncia con el testimonio, y se sufre para resucitar otra vez.

            Feliz pascua de resurrección. Realmente con Dios, uno es feliz, con la felicidad limitada de esta tierra, pero colmada por el amor que Dios derrama en sus hijos. Señor ayúdame a ser un testigo de la vida, ante la cultura de la muerte de nuestro mundo, ayúdame a ser un testigo de Dios, ante la muerte de Dios, porque los que no creen más en El, ayúdame a ser tu testigo siempre.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario