Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo C. domingo 30 de marzo de 2025. Domingo Laetare

Jos 5, 9a.10-12      «Hoy los he despojado del oprobio de Egipto»
2 Cor 5,17-21        «Le pedimos que se reconcilien con Cristo»
Lc 15,1-3.11-32    «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo»

Evangelio

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola:

«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de herencia que me corresponde». Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros».

Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus servidores: «Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado». Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: «Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo». Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: «Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!». Pero el padre le dijo: «Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado»

Comentario

El Hijo Prodigo, el Padre Misericordioso y el Hijo orgulloso

                Esta es una de las parábolas más hermosas del evangelio, y que ha suscitado caminos de conversión en muchos corazones. Es conocida como la del hijo prodigo, o derrochón, que despilfarró sus bienes en una vida licenciosa, o del Padre Misericordioso

                Tiene un carácter didáctico y aleccionador, especialmente para este tiempo de cuaresma, que son días de gracia y reconciliación.

                Los tres personajes de este relato son el hijo menor, el Padre y el hijo mayor, que encarnan la actitud del pecado, la Misericordia y el orgullo respectivamente.

                Una primera lectura nos hace ubicar en el contexto anterior, donde Jesús es acusado de comer con los pecadores y publicanos. Esta es la razón de las parábolas. El Señor no vino a buscar a los justos sino a los pecadores. Por eso el hijo menor y el hijo mayor representan a los pecadores y los que se creen justos, o los publicanos y a los escribas y fariseos.

                Una segunda lectura nos ubica mejor en el fondo de este maravilloso pasaje. La herencia que solicita el hijo es la libertad, el alejamiento y sus consecuencias es el pecado, el regreso del hijo es el arrepentimiento, la fiesta, es la eucaristía, la casa es la Iglesia, el abrazo y el beso del Padre es el perdón o reconciliación.

                Está muy bien graficado el contraste de cómo se fue el hijo y como volvió, para mostrar hasta donde daña el pecado el corazón de los hombres. Tenía un padre, y había quedado bajo el rigor tiránico de uno de los habitantes de la región, se fue bien vestido y con dinero, y volvió casi desnudo, sin las sandalias, ni el anillo, sin plata, con hambre, mugriento, casi como un desconocido, sin amigos y con el corazón entristecido, vacío y arrepentido. Nosotros somos, o fuimos ese hijo prodigo, y estamos llamado a tener esta actitud, aunque no tengamos grandes faltas, de estar siempre volviendo a Dios y los hermanos, por la contrición, y recomenzando cada día el camino hacia el padre.

La puerta vaivén

                Una vez escuche a un sacerdote decir, que la Iglesia es como una puerta vaivén, hay muchos que entran, pero también salen, o se van, tienen tanto la libertad para estar como para irse. Por supuesto, que no es lo mismo quedarse que irse, y lo vemos en esta parábola. Pero nuestro corazón, puede pasar por distintos momentos en la vida. A veces tenemos el corazón del Padre, dispuestos a la misericordia y el perdón, otras veces tenemos un corazón alejado del Señor y de la Iglesia, y también podemos tener un corazón envidioso, orgulloso, que no comprende por la estrechez de la mirada, el perdón y la libertad del Padre, y que es motivo de escándalo para muchos.

                La cuaresma es para muchos, y lo comprobamos, como un viaje de vuelta, el tiempo del regreso, para aquellos que se animan y se acercan nuevamente a entrar en una Iglesia y a tomar el camino de la confesión y la oración. Esta es la obra de Dios, que, aunque no fue a buscar a su hijo, lo esperaba siempre, se lo gano con la oración y con la voz de la conciencia, y lo recupero de su perdición y de su muerte espiritual.

La silla vacía

                En la casa del padre había una silla vacía. Era la del hijo menor que no volvía. Y también esta silla está en la Iglesia. Dios te espera siempre. También la del hijo mayor que, pudo entrar a pesar de su negativa a festejar con su hermano, la fiesta del perdón.

                Parece que hoy son muchos los asientos vacíos. Pero la esperanza de Dios es que por el ministerio de la Iglesia puedan a ser ocupadas de nuevo, aunque se siga esperando. Jesús esta siempre con los brazos abiertos para recibir y perdonar a sus hermanos arrepentidos.

                Así como el hijo prodigo hizo un camino largo para volver, también hizo otro camino interior para regresar. Son los cinco pasos que conocemos, cuando en la catequesis nos enseñaron a confesarnos. 1- El examen de conciencia. El joven recapacito, hizo un clic, ya al límite de la realidad de su pecado, apareció una luz, una gracia aceptada para repensar todo lo mal que había hecho. 2- el perdón de los pecados o arrepentimiento. En la parábola el joven se duele su propio pecado, cuando dice ahora mismo iré a la casa de mi padre. 3. La confesión de los pecados. Había preparado su discurso, que el Padre no le dejo terminar. Padre peque contra el cielo y contra ti. 4. Propósito de enmienda. Dice: ya no merezco ser llamado hijo tuyo. 5. Cumplir la penitencia. Aparece en el texto esta hermosa expresión: trátame como a uno de tus jornaleros. Este proceso, estos pasos que hacemos con más sencillez, al preparar nuestra confesión, nos sirven para disponer la casa del corazón, y hacer con Dios, una fiesta, porque nos perdona, nos ama, nos comprende, nos llena de oportunidades. Este es nuestro Padre. Una feliz frase dice. El hombre se va a cansar de pecar, pero Dios nunca se va a cansar de perdonar. ¿Porque no probamos? 

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario