Domingo 2° después de Navidad. Ciclo B. Domingo 3 de Enero de 2021

DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD. Ciclo B. domingo 3 de enero de 2021

Ecle    24, 1-2. 8-12                                          “La Sabiduría de Dios habitó en el pueblo elegido”

Ef    1, 3-6. 15-18                                             “Nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo”

Jn     1, 1-18                                                      “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”

Evangelio

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz,
sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él, al declarar:
«Este es aquel del que yo dije:
El que viene después de mí me ha precedido,
porque existía antes que yo.»

De su plenitud, todos nosotros hemos participado
y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios;
el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.

Comentario:

¿Quién es Jesús?

Habiendo concluido la octava de Navidad, la liturgia de Palabra de este domingo 2° después de Navidad, nos ofrece una obra de arte del evangelio de San Juan, llamado el prólogo, tan comentado y orado por generaciones de creyentes. Prologo significa lo que introduce a un texto. El epílogo es lo que concluye con la redacción de un libro.

En el prólogo, San Juan resume muchos temas que luego desarrollará en su evangelio. Este fragmento responde a tres preguntas: ¿Quién es Jesús? ¿De dónde viene? ¿Qué nos ofrece a nosotros?

¿Quién es Jesús? Esta perícopa dice varias cosas o anuncia distintas realidades teológicas. Este niño que nació en una cueva de Belén, y reposó en un pesebre, es el Mesías esperado, Dios con nosotros. Lo afirma la primera lectura del libro del Eclesiástico: “El me creo antes de los siglos, desde el principio”

San Juan, que se lo representa en la iconografía cristiana, con el simbolismo del águila, por su altura y elevación mística, nos habla del Señor, como la Palabra,  la vida, la luz, la gracia, la verdad y el Verbo, que: “se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es decir esta Palabra, segunda persona de la Santísima Trinidad, fue enviado al mundo para salvar a la humanidad de los pecados y glorificar a Dios Padre. Se encarnó por el fíat de María en su seno purísimo, y se hizo carne, es decir hombre, en todo como nosotros, menos en el pecado, no era pecador, pero si trabajo, sufrió, caminó, predicó, descansó y asumió todas las realidades humanas, para santificarlas y darle un sentido divino. También nosotros estamos llamados a encarnar la palabra en nuestra vida, porque lo que no se asume no se redime dice el Santo. En la misa escuchamos la Palabra y luego en el altar se hará carne, oculto en la eucaristía. Pero con su ayuda, tenemos que pedir y trabajar espiritualmente para que su mensaje se encarne en nosotros, se haga vida, se incorpore, y se desarrolle. Por ejemplo, para el que busca caminar por las sendas del Señor, se tiene que encarnar ya la misa, y no faltar innecesariamente, aunque estando en pandemia se contemplen los casos previstos y dispensados por el Obispo, pero que la oración se encarne en nuestras vidas, como las obras de misericordia, el rosario, y los actos de piedad y tantas cosas relacionadas con la fe. Podemos preguntarnos qué vivencias todavía no puede encarnar en mi corazón

Aunque no podemos desarrollar todos los temas, nos detenemos en uno. Dice el texto: “La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre”. De la boca de Jesús, no hubo engaño ni mentira. El mismo va a decir: “Yo soy la verdad, el camino y la vida”, “Yo soy la luz del mundo”. La luz, entre tantas propiedades que tiene, guía en la oscuridad como una linterna cuando se corta la luz eléctrica. Ella nos guía en las oscuridades de la existencia para encontrar la salida. Pero la luz también ilumina nuestra mente con sus verdades, nos da un saber y un contenido nuevo. Así como en la antigüedad y actualmente, está el arte de los vitrales, que eran una fabulosa catequesis de las escenas más importantes  de la historia de la salvación, también con imágenes o figuras de santos. Esto mismo es lo que hace el Señor a través de estas inventivas de los hombres. Catequizan y testimonian. Se dice, que los santos son aquellos hombres y mujeres, que a verlos en los vitraux, y entra la luz del sol, que representa a Jesús, luz de justica, son los que dejan pasar la luz e iluminan el templo, los que están dentro y a su Iglesia. Son los santos son los faros del mundo que su vida no opaca, porque su alma es limpia y transparencia de Dios e irradian amor, vida y misericordia

¿De dónde viene?

Del pesebre de Belén, nos lleva San Juan a la realidad divina y eterna de la Trinidad. Dice el texto: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre”. Del seno del Padre, descendió al seno de Maria. Y dice San Juan Bautista: “Porque existía antes que yo”. Desde siempre. Así comienza el prólogo: “Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Lo afirma claramente que Jesús, la Palabra, era Dios pero otra persona distinta de Dios, porque estaba junto a Dios. Y esta Palabra era creadora. Hace lo que dice. Por eso los milagros de Jesús confirman el poder de la Palabra: A la hija del Jefe de la sinagoga le dijo: “Talita Kum”. “Niña yo te lo ordeno, levántate”. (Mc 5,41). Y la niña que estaba muerta, resucitó. Hay que reflexionar sobre el poder de la palabra, tanto benéfico como dañoso. Cuenta Gabriel García Márquez, escritor colombiano y premio Nobel de literatura, que una vez andando en bicicleta, se le venía encima un auto, que no vio. Por esa vereda pasaba un sacerdote que le grito fuertemente: ¡El auto! El reaccionó y pudo salvarse del accidente o de su muerte. Cuando se acerca el sacerdote al joven le dijo algo que no se olvidará nunca: “Vio lo que es el poder de la palabra”. Cuanto bien podemos hacer con nuestras palabras a los demás, sea a través de un consejo, unas palabras de aliento, una observación, una sugerencia, una idea, que puede cambiar el horizonte y la vida de una persona

¿Qué nos ofrece a nosotros?

El texto dice varias cosas. Para los que recibieron la Palabra y creen en su nombre, porque muchos no la aceptaron, “les dio el poder de ser hijos de Dios”, porque no fuimos engendrados ni por la carne ni la sangre como el pueblo judío, primeros herederos de las promesas de Dios, sino por el mismo Dios, en concreto cuando fuimos bautizados e incorporados a su Iglesia. Este el mejor título y don que tenemos: hijos de un Dios que nos ama infinitamente, aunque a veces no nos demos cuenta

El Señor nos da la gracia y la verdad. La gracia, que es un auxilio divino para vivir plenamente el acontecimiento cristiano en nuestra historia. Sin el nada podemos hacer. Es  esa savia que corre por el tronco de los árboles y la vivifica, así la gracia nos cristifica. El Señor la otorga cuando la pedimos en la  oración, cuando animados por El realizamos obras de misericordia y nos la da por los canales de los siete sacramentos, como fuentes de salvación y de santificación. Su verdad nos aleja del error, el engaño, las falsedades, y las supersticiones. Tenemos que ser creyentes, porque creemos en El y en lo que nos dijo, y comunica su esposa la Iglesia, pero no crédulos, es decir, creer cualquier cosa que se nos diga o aparezca

Como dice San Pablo en la segunda lectura a los Efesios: “Él nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”.

Estamos llamados todos y cada uno a vivir en la santidad de Dios, que no es impecabilidad ni perfeccionismo sino en nuestra debilidad, con caídas y levantadas, con el empezar y recomenzar, poniendo los medios y confiando en la acción de Dios y nuestra buena voluntad, nos estamos encaminando hacia el Cielo, donde El nos espera y es nuestro destino y meta final. Que así sea

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario