Ap 21, 1-5a. 6b.-7. “Yo Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva…Esta es la morada de Dios.”
1 Cor 15, 20-23. “Cristo resucito de entre los muertos el primero de todos.”
Lc 24, 1-8. “¿Porque buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”
Evangelio
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día». Y las mujeres recordaron sus palabras.
Comentario
Todos los fieles difuntos
El día 2 de noviembre, la Iglesia celebra con profundo amor y esperanza la memoria de todos los fieles difuntos, es decir, de aquellos hermanos que murieron en la gracia de Dios, pero que aún necesitan purificación antes de entrar plenamente en la visión del Señor. La Iglesia, como Madre, ora por sus hijos difuntos y ofrece por ellos el Sacrificio eucarístico, las indulgencias y las obras de misericordia.
La celebración está estrechamente unida a la del 1° de noviembre, Todos los Santos, a los que ya gozan de la gloria. El 2, intercedemos por quienes aún están en camino hacia ella, en el purgatorio. De este modo, nuestra fe en la comunión de los Santos se manifiesta plenamente. La Iglesia peregrina, la Iglesia del purgatorio y la Iglesia del cielo, unidas en el amor y la esperanza.
La muerte ha sido vencida
Este pasaje inaugura el capítulo de la resurrección en el Evangelio de Lucas.
El relato sigue inmediatamente al silencio del Sábado Santo, y marca el paso de la oscuridad del sepulcro a la luz de la vida nueva. El acento de Lucas está en el descubrimiento progresivo del misterio: las mujeres van al sepulcro movidas por el amor, encuentran la piedra movida, el cuerpo ausente, los mensajeros celestiales y, finalmente, el recuerdo de las palabras de Jesús. Es un itinerario de fe pascual.
“El primer día de la semana, al amanecer”, como una nueva creación, donde al amanecer simboliza el paso de la noche del pecado y la muerte a la luz del Resucitado. “Encontraron removida la piedra”. La piedra removida es signo de la acción de Dios: el poder del Padre ha vencido el cierre de la tumba. El sepulcro vacío no prueba la resurrección, pero abre el corazón a la fe. “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”. Los ángeles anuncian la verdad central del Evangelio: Jesús vive, y por eso ya no se lo puede buscar en la muerte. La fe cristiana se distingue por esta convicción: la muerte no tiene la última palabra. “Recuerden lo que Él les decía”. El recuerdo de la palabra de Jesús es clave. La fe pascual nace de la memoria viva de la Palabra. El creyente pasa del desconcierto al consuelo cuando relee su vida y sus pérdidas a la luz de las promesas de Cristo.
La realidad más dramática de la existencia humana es tener que morir, teniendo en el alma sed de inmortalidad. Esa muerte no es sólo dramática, es también en no pocas ocasiones absurda, cuando viene segada una vida joven y prometedora, cuando a pagar el salario a la muerte es una vida inocente, cuando la muerte llega inesperada, cuando troncha un porvenir magnífico, cuando crea un agudo problema en la familia, cuando… El dramatismo y la absurdez aumentan cuando se carece de fe o ésta es mortecina, casi completamente apagada. En este caso, todo se derrumba, porque se vive como quien no tiene esperanza. En ese caso, la muerte lleva en su mano la palma de la victoria y la vida termina bajo la losa de un sepulcro, dejando a los vivos en la desesperación y en la angustia sin sentido.
La fe cristiana, en cambio, nos dice que la muerte es un túnel negro que termina en un nuevo mundo de luz y de vida esplendorosas. Nos dice que la muerte es ciertamente una pérdida, por parte de quien se va (pierde su relación con el mundo) y por parte de quien se queda (pierde un ser querido), pero una pérdida que Dios es capaz de transformar, de forma a nosotros desconocida, en ganancia, porque la muerte del hombre como en el caso de la crisálida desemboca en vida. En Cristo resucitado, vencedor de la muerte, todos hemos ya comenzado, en cierta manera, a vencer la muerte mediante la participación en su resurrección.
La virtud de la esperanza
Esperar es desear aquello que todavía no se posee. Y está pidiendo entregarse con toda el alma a conseguirlo lo antes posible. Existe la esperanza humana con un horizonte puramente temporal. El estudiante espera obtener buenas calificaciones en los exámenes; el joven espera casarse y formar una hermosa familia; el enfermo espera recuperarse prontamente, mientras el sano, espera no enfermar; el marinero espera llegar a casa y abrazar a su esposa y a sus hijos; el misionero espera poder construir una iglesia para sus fieles desprovistos de ella; el sacerdote espera que se llene su parroquia en todas las misas del domingo, etcétera.
Estas esperanzas humanas, buenas y perfectamente legítimas, Dios las completa en los cristianos concediéndonos la virtud teologal de la esperanza. Esta esperanza cristiana tiene su meta principal y definitiva en el cielo, a donde todos esperamos llegar con la ayuda de Dios, al terminar nuestra vida terrena. Pero la esperanza cristiana tiene también sus metas parciales, más pequeñas, y que están ordenadas a la última meta. Por ejemplo, la esperanza del niño de hacer la primera comunión o la de la joven novicia por hacer la profesión religiosa; el esfuerzo y la esperanza de un párroco para que sus parroquianos vayan a misa los domingos, o la esperanza de una catequista de que sus alumnos asimilen bien la fe y la vida cristiana, etcétera. Tengamos por seguro que la esperanza, cuando es auténtica, cuando Dios nos la infunde, no engaña jamás ni decepciona a quien en ella pone su confianza.
Esta esperanza se funda en la resurrección del Señor, como dice la segunda lectura: “Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de hombre, Jesucristo, viene la resurrección” …todos revivirán en Cristo…el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a Él en el momento de su venida.”
La muerte no es lo peor
Quien no tiene fe puede fácilmente pensar que la muerte es el mayor mal, porque con ella se vuelve a la nada, al mundo del no ser. El buen cristiano mira a la muerte con otros ojos, porque la muerte no es el aniquilamiento del ser sino la puerta para un nuevo modo de ser y de vivir para siempre. Los cementerios cristianos no son sólo lugares del recuerdo, son sobre todo lugares de esperanza, lugares desde los que sube hasta Dios el anhelo de eternidad de los hombres.
Por eso la muerte no es el peor de los males, ni mucho menos el mal absoluto. El mayor mal del hombre es el pecado, es el mal uso de la libertad, es la voluntad de rechazar a Dios ahora en el tiempo y luego para siempre en el más allá. Los mártires son esos hombres que con su vida y su muerte nos están diciendo que vale la pena morir para no pecar, para no ofender a Dios y a nuestra vocación cristiana. Por eso, los mártires tienen que tener un lugar mayor en la educación cristiana de los niños y de los jóvenes. Ellos con su muerte por la fe nos están gritando que la muerte no es lo peor ni tiene la última palabra. Cristo, el Viviente, nos espera con los brazos abiertos del otro lado de la frontera, en la vida eterna.
Así lo confirma la primera lectura, donde la vida eterna, no solo es un premio o recompensa, sino una conquista, con la ayuda de Dios: “Al que tiene sed, yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo.”
Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Mendoza 1381. Rosario