Domingo 18°. Ciclo C. Domingo 6/8/2023. La Transfiguración (F)

Dn 7, 9-10. 13-14       “Un anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve”

2 Pe 1, 16-19              “Oímos esta voz que venía del cielo,… en la montaña santa”

Mt 17, 1-9                   “Se transfiguró en presencia de ellos: su rostro era como el sol”

Evangelio

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Comentario

La transfiguración del Señor

En lugar del XVIII domingo del Tiempo Ordinario, este año se celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor. El episodio de la Transfiguración, como se lee en los Evangelios, refleja ciertamente la fe posterior de la Iglesia, pero se basa en un hecho ocurrido realmente. «El relato hace pensar un acontecimiento verdaderamente sucedido en Jesús, más que en una visión subjetiva de los tres discípulos o de uno de ellos» (H. Schumann). Negar a la Transfiguración la relevancia histórica y el carácter sobrenatural y objetivo atestiguado por los Evangelios significaría considerar imposible en la vida de Cristo lo que se observa frecuentemente en la vida de los santos, por ejemplo, en la de San Serafín de Sarov, quien un día se transfiguró, literalmente, en presencia de su discípulo Motovilov.

Pero los acontecimientos de la vida de Cristo son históricos en un sentido del todo especial. Sucedidos en un tiempo y lugar preciso, extienden su acción a todos los tiempos y a todo lugar. Son «misterios», esto es, acontecimientos abiertos. El creyente está llamado a revivirlos, no sólo a recordarlos. Cada uno, en la fe, se hace contemporáneo al evento y el evento contemporáneo a él. En otras palabras, Cristo sigue hoy transfigurándose, revelándose a los ojos del creyente con la misma «evidencia» con la que se apareció a los discípulos en el Tabor.

A veces esto ocurre mientras se leen con fe sus palabras. Las palabras del Evangelio son también, a su modo, las vestiduras de Cristo: «Cuando veas a alguien que conoce perfectamente la divinidad de Jesús y que es capaz de “aclarar” cada texto evangélico, no dudes en decir que para él las vestiduras de Jesús se han vuelto blancas como la nieve» (Orígenes).

Otras veces esta transfiguración sucede en la contemplación de la creación. Dios ha escrito dos libros: uno es la Escritura, el otro la creación. Uno está hecho de letras y palabras, el otro de cosas. No todos conocen y pueden leer el libro de la Escritura, pero todos, también los iletrados, pueden leer el libro que es la creación. Está abierto de par en par a los ojos de todos.

En el Tabor, montaña que la tradición de la Iglesia llama a ese lugar, un antiguo autor antiguo, Cristo «transfiguró en su imagen la creación entera». No basta con abrir los ojos del cuerpo; es necesario abrir también los del alma. Los tres apóstoles habían pasado mucho tiempo con Jesús, pero habían visto sólo las apariencias, la humanidad; aquel día sus ojos se abrieron. Así ocurre con la presencia de Dios en la creación. Vivimos en medio de ella, pero raramente reconocemos ahí la gloria de Dios, de la que «los cielos y la tierra están llenos». Pensamos sólo en utilizarla en nuestro beneficio, en disfrutar de las cosas. Es un universo para nosotros opaco, no transparente. Esto es lo que la Escritura llama «necedad de los hombres» (Sb 13, 1 ss.).

La transfiguración en nosotros

Para que las cosas cambien también para nosotros, como para aquellos tres discípulos en el Tabor, es necesario que suceda en nuestra vida algo semejante a lo que ocurre a un chico o a una chica cuando se enamoran. En el enamoramiento el otro, el amado, que antes era uno de tantos, o tal vez un desconocido, de golpe se convierte en único, el único que interesa en el mundo. Todo lo demás retrocede y se sitúa en un fondo neutro. No se es capaz de pensar en otra cosa. Sucede una auténtica transfiguración. La persona amada se contempla como en un halo luminoso. Todo aparece bello en ella, hasta los defectos. Si acaso, se siente indignidad hacia ella. El amor verdadero genera humildad. Algo cambia también concretamente hasta en los hábitos de vida. He conocido a chicos a quienes por la mañana sus padres no lograban sacar de la cama para ir al colegio; si se les encontraba un trabajo, en poco tiempo lo abandonaban; o bien descuidaban los estudios sin llegar a licenciarse nunca… Después, cuando se han enamorado de alguien y se han hecho novios, por la mañana saltan de la cama, están impacientes por finalizar los estudios, si tienen un trabajo lo cuidan mucho. ¿Qué ha ocurrido? Nada, sencillamente lo que antes hacían por constricción ahora lo hacen por atracción. Y la atracción es capaz de hacer cosas que ninguna constricción logra; pone alas a los pies. «Cada uno», decía el poeta Ovidio, «es atraído por el objeto del propio placer».

Algo por el estilo, decía, debería suceder una vez en la vida para ser verdaderos cristianos, convencidos, gozosos se serlo. «¡Pero a la chica o al chico se le ve, se toca!». Respondo: también a Jesús se le ve y se le toca, pero con otros ojos y con otras manos: del corazón, de la fe. Él está resucitado y está vivo. Es un ser concreto, no una abstracción, para quien ha tenido esta experiencia y este conocimiento. Más aún, con Jesús las cosas van incluso mejor. En el enamoramiento humano hay artificio, atribuyendo al amado cualidades de las que tal vez carece y con el tiempo frecuentemente se está obligado a cambiar de opinión. En el caso de Jesús, cuanto más se le conoce y se está a su lado, más se descubren nuevos motivos para estar enamorados de Él y seguros de la propia elección.

Esto no quiere decir que hay que estar tranquilos y esperar, también con Cristo, el clásico «flechazo». Si un chico, o una chica, pasa todo el tiempo encerrado en casa sin ver a nadie, jamás sucederá nada en su vida. ¡Para enamorarse hay que frecuentarse! Si uno está convencido, o sencillamente comienza a pensar que tal vez conocer a Jesús de este modo distinto, trasfigurado, es bello y vale la pena, entonces es necesario que empiece a «frecuentarlo», a leer sus escritos. ¡Sus cartas de amor son el Evangelio! Es ahí donde Él se revela, se «transfigura». Su casa es la Iglesia: es ahí donde se le encuentra.

La transfiguración en la Iglesia

La vida humana, como se ha dicho, es como un viaje. La meta final, es el cielo, la vida eterna, la pascua definitiva. Pero podemos decir con verdad, que cada domingo es la pascua semanal, cuando participamos en la santa misa. Ahí también Jesús, nos espera y nos lleva a celebrar su manifestación, su transfiguración, como lo hizo con algunos discípulos. “Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevo aparte a un monte elevado”,

Los apóstoles se sorprendieron al verlo transfigurado. Lo conocían en su humanidad, siendo testigos de sus enseñanzas, y milagros, de su cansancio y su oración, de sus comidas y sus viajes. Pero nunca lo habían visto, irradiando luz. Ese momento fue como un anticipo del cielo, y un consuelo, luego del anuncio de su pasión. Así lo describe San Mateo: “Su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz”

El Papa San Juan Pablo II, añadió a los misterios del santo rosario, los misterios luminosos, que son algunos momentos importantes de la vida pública del Señor. El cuarto, es justamente el misterio de la transfiguración, que hoy 6 de agosto, celebra la liturgia

Escuché una vez a un sacerdote decir, que nuestra vida es como un rosario. La existencia humana, va pasando por distintas etapas, a veces entremezclada, que reflejan la contemplación de la vida del Señor. Son misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, y que también son los misterios de nuestra vida.

El Señor lleva a los tres apóstoles, que estarán también en la noche de la agonía en Getsemaní, para ser testigos de su divinidad, oculta a los ojos humanos, y revelada en esa montaña, el monte Tabor

La montaña es un lugar alto de la creación y una meta con dificultades para subir. Es también un indicador, un signo, de que la realidad humana, es un largo caminar, con caídas y tropiezos, para llegar a la cumbre de la vida. En este camino, no estamos solos. El Señor nos guía y acompaña, nos anima y nos levanta, como hizo con sus discípulos. De esta manera, nuestra esperanza, que es Dios, ilumina toda la vida, al saber lo que nos tiene preparado el Señor para aquellos que le aman.

El primer momento de esta manifestación del Señor, o epifanía, fue en el bautismo. En los que se bautizan, al derramar el agua bendecida, el alma se purifica del pecado original, y es santificada por la gracia divina, y se llena de luz, quedando tan blanca como la nieve. Ese es el sentido de la vestidura blanca que coloca el sacerdote sobre el nuevo bautizado, exterioriza con esa vestidura, lo que ocurrió interiormente en el alma del niño. Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo, tomaron posesión, inhabitaron en aquel que fue bautizado.

“Que esta vestidura blanca sea el signo de tu dignidad y con la ayuda de tus familiares logres mantenerla inmaculada hasta la vida eterna” dice la oración sobre la imposición de la vestidura blanca.

Esa experiencia de luz, de gloria de cielo, de plenitud, que irradiaba el hijo de Dios, cautivo al apóstol Pedro, que exclamó: “¡qué bien estamos aquí!” Efectivamente, cuando estamos con Jesús, estamos bien, y vamos bien, por más que nos ocurran cosas difíciles y estemos sumergidos en problemas cotidianos. Solo el pecado nos desfigura la vida y solo Dios, nos transfigura el alma

En este mundo, el pecado por un lado desfigura el alma, la ensucia y la afea, por otro lado, intenta figurar en la vida, buscando protagonismo, deseando notoriedad, y aparentando lo que no se es. En cambio, el amor de Dios hace que el alma se transfigure, se colme de luz e irradie transparencia y alegría. Así obra en nosotros la eucaristía, que, por el milagro de la conversión del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús, cambio que la Iglesia llama transustanciación, hace que el alma se llene de gracia y se nos conceda una prenda de la vida eterna.

Todos nosotros tenemos un desafío, una tarea, estamos llamados a transfigurar los ambientes, las personas, las situaciones, con la luz de la palabra, la fuerza de la oración, la acción de los sacramentos, y la alegría serena de un rostro que irradie paz y esperanza para los demás.

Oración: “Señor, cada domingo camino hacia la Iglesia para encontrarme contigo, Señor Resucitado y Transfigurado. Bajo contigo en el corazón, para irradiarte al mundo y para que otros, pueda, encontrarte a Ti, y de esa manera puedan decir: Que bien estamos aquí. Que bien estamos con El”

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario