Domingo 15º durante el año. Ciclo C. domingo 13 de julio de 2025. San Enrique

Dt 30,10-14. «El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca»
Col 1,15-20. «Él es la cabeza del cuerpo: de la Iglesia»
Lc 10,25-37. «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón»

Evangelio

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo». «Has respondido exactamente, -le dijo Jesús-; obra así y alcanzarás la vida». Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver». ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?» «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».
 

Comentario

Una difícil pregunta

          La liturgia presenta este domingo, una de las perlas preciosas de la Biblia. La parábola del Buen Samaritano. Jesús, como un verdadero maestro, es probado por un doctor de la ley, un conocer de la exegesis bíblica, para ver si este famoso rabí, conoce realmente la escritura, como si el escriba, desconociera la respuesta.

            Ante las dos preguntas, el Señor responde a la primera, con una conjunción de dos textos, del libro del Deuteronomio 6,5 y del levítico 19,18. El amarás es una respuesta al amor entrañable de Dios, un reconocimiento al Dios que liberó a su pueblo de la esclavitud, un camino constante a vivir sus mandamientos. Aparecen también los tres amores fundamentales y en ese orden, de nuestra vida humana: Dios, el prójimo y uno mismo.

            La segunda respuesta, tiene un sentido especial. En ese tiempo, se discutía hasta donde llegaba el alcance de la palabra prójimo. La escritura dice que eran no solo los judíos, los connacionales, sino también los extranjeros, porque ellos mismo lo habían sido en Egipto, pero solo se consideraba a los que estaban en su tierra. Por eso la pregunta del doctor de la ley, tiene un respaldo de sinceridad, al esperar una aclaración sobre este tema tan importante.

            Y Jesús, impactara con su respuesta, diciendo que todo hombre es mi prójimo, graficándola con esta hermosísima parábola.

Los nuevos caídos

            El relato comienza, diciendo que un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, figura de nuestra historia, fue sorprendido por unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron, y lo abandonaron. En esa trágica situación, pasan sin asistirlo, un sacerdote y un levita que, por miedo a la ley de la impureza, y el falso escrúpulo de contaminarse con un moribundo, o medio muerto, siguen de largo, apurados y despreocupados. Justamente pasa por ahí, alguien que conocía el camino, un samaritano, pueblo enfrentado con los judíos, por haber mezclado su sangre con mujeres paganas, verdaderos impuros, es el que lo socorre, lo traslada y lo ayuda. El Señor le da la respuesta: el samaritano fue el verdadero prójimo, porque tuvo compasión. Fue realmente prójimo, en el doble sentido, el más próximo, por su cercanía, y por su caridad.

            Hoy también hay muchos caídos en los caminos de la vida, no solo por los ladrones, que siempre han existido, sino caídos por la miseria, la droga, el alcoholismo, la degradación, el abandono, la ignorancia, etc. Caídos por el pecado, y los vicios. Siempre aparecerá un buen samaritano, y posiblemente el menos esperado, que asistirá, y dará una mano. Este es un llamado de atención, un modo de examinar nuestras conductas con los más pobres y los que están en la calle de la vida, para preguntarnos si realmente estamos siendo prójimos de ellos.

El nuevo samaritano

            Podemos hacer una lectura eclesial del texto, como lo hicieron los Santos Padres. Vieron en la figura del hombre abandonado, sin nombre, a la humanidad caída por las consecuencias del pecado original. El antiguo testamento, representado en el sacerdote y el escriba, alusión al mismo doctor de ley, no pudo levantar al mundo del pecado. Dios enviará a su hijo, Jesús, que redimirá al hombre, lo reconfortara con el aceite de los sacramentos y lo llevara al albergue de la Iglesia, para que se recupere y se salve, ya que pagara con su vida el precio del rescate, simbolizado en los dos denarios.

            Pero hay un paso más. Jesús es ahora el nuevo y buen samaritano. Es el que viene a socorrer a la humanidad. Este es el nuevo descubrimiento que hace el Señor al doctor de la ley. Decía muy bien el papa Benedicto XVI (+) en su libro Jesús de Nazaret.

Si el hombre atracado es por antonomasia la imagen de la humanidad, entonces el samaritano sólo puede ser la imagen de Jesucristo. Dios mismo, que para nosotros es el extranjero y el lejano, se ha puesto en camino para venir a hacerse cargo de su criatura maltratada. Dios, el lejano, en Jesucristo se convierte en prójimo.

            El papa en el mismo libro hace una aplicación muy actual y aplicable a nuestra patria:

La actualidad de la parábola resulta evidente. Si la aplicamos a las dimensiones de la sociedad mundial, vemos cómo los pueblos explotados y saqueados de África nos conciernen. Vemos hasta qué punto son nuestros «próximos»; vemos que también nuestro estilo de vida, nuestra historia, en la que estamos implicados, los ha explotado y los explota.

            Dice el Cardenal Rainero Cantalamessa algo muy verdadero y contundente:

¡Prójimo es aquello a lo que cada uno de nosotros está llamado a convertirse! El problema del doctor de la ley aparece derribado; de problema abstracto y académico, se hace problema concreto y operativo. La cuestión que hay que plantearse no es: «¿Quién es mi prójimo?», sino: «¿De quién me puedo hacer prójimo, ahora, aquí?».

            Mi prójimo es ahora, el hombre herido, los ladrones, el sacerdote, el escriba, el samaritano, es decir todos, hasta el enemigo. Jesús es mi prójimo, Jesús es mi hermano, porque el está en todos ellos.

Oración:

            En un primer momento me avergüenzo al leer este texto. Parece que no fuera como el samaritano, sino cualquiera de los otros personajes. Señor, tú eres mi buen samaritano. Necesito tu amor, tu vida, tú fuerza, para poder volver atrás, y buscar a los que deje caídos en el camino, y conducirlos a tu Iglesia, nuestra madre. Señor, quiero ser prójimo de mi prójimo. Amen

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia. Santa Rosa de Lima. Rosario

Ciclo de catequesis – Jubileo 2025. Miércoles 28 de mayo de 2025. que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió» (Lc 10, 29-37). Papa León XIV

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos meditando sobre algunas parábolas del Evangelio que nos ofrecen la oportunidad de cambiar de perspectiva y abrirnos a la esperanza. La falta de esperanza, a veces, se debe a que nos quedamos atrapados en una cierta forma rígida y cerrada de ver las cosas, y las parábolas nos ayudan a mirarlas desde otro punto de vista.

Hoy me gustaría hablarles de una persona experta, preparada, un doctor en la Ley, que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque está concentrado en sí mismo y no se da cuenta de los demás (cf. Lc 10,25-37). De hecho, le pregunta a Jesús cómo se «hereda» la vida eterna, utilizando una expresión que la considera como un derecho inequívoco. Pero detrás de esta pregunta, quizás se esconde precisamente una necesidad de atención: la única palabra sobre la que pide explicaciones a Jesús es el término «prójimo», que literalmente significa «el que está cerca».

Por eso, Jesús cuenta una parábola que es un camino para transformar esa pregunta, para pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién ha querido?». La primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta del adulto que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la que pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es la que nos impulsa a ponernos en camino.

La parábola que cuenta Jesús tiene, de hecho, como escenario un camino, y es un camino difícil y áspero, como la vida. Es el camino que recorre un hombre que baja de Jerusalén, la ciudad en la montaña, a Jericó, la ciudad bajo el nivel del mar. Es una imagen que ya presagia lo que podría ocurrir: efectivamente, sucede que ese hombre es asaltado, golpeado, despojado y abandonado medio muerto. Es la experiencia que se vive cuando las situaciones, las personas, a veces incluso aquellos en quienes hemos confiado, nos quitan todo y nos dejan tirados.

Pero la vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada. Un sacerdote y un levita bajan por ese mismo camino. Son personas que prestan servicio en el Templo de Jerusalén, que viven en el espacio sagrado. Sin embargo, la práctica del culto no lleva automáticamente a ser compasivos. De hecho, antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es una cuestión de humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos.

Podemos imaginar que, después de haber permanecido mucho tiempo en Jerusalén, aquel sacerdote y aquel levita tienen prisa por volver a casa. Es precisamente la prisa, tan presente en nuestra vida, la que muchas veces nos impide sentir compasión. Quien piensa que su viaje debe tener la prioridad, no está dispuesto a detenerse por otro.

Pero he aquí que llega alguien que sí es capaz de detenerse: es un samaritano, es decir, alguien que pertenece a un pueblo despreciado (cf. 2 Rey 17). En su caso, el texto no precisa la dirección, sino que solo dice que estaba de viaje. La religiosidad aquí no tiene nada que ver. Este samaritano se detiene simplemente porque es un hombre ante otro hombre que necesita ayuda.

La compasión se expresa a través de gestos concretos. El evangelista Lucas se detiene en las acciones del samaritano, al que llamamos «bueno», pero que en el texto es simplemente una persona: el samaritano se acerca, porque si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a distancia, tienes que implicarte, ensuciarte, quizás contaminarte; le venda las heridas después de limpiarlas con aceite y vino; lo carga en su montura, es decir, se hace cargo de él, porque solo se ayuda de verdad si se está dispuesto a sentir el peso del dolor del otro; lo lleva a una posada donde gasta su dinero, «dos denarios», más o menos dos días de trabajo; y se compromete a volver y, si es necesario, a pagar más, porque el otro no es un paquete que hay que entregar, sino alguien que hay que cuidar.

Queridos hermanos y hermanas, ¿cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión.

Recemos, pues, para que podamos crecer en humanidad, de modo que nuestras relaciones sean más verdaderas y más ricas en compasión. Pidamos al Corazón de Cristo la gracia de tener cada vez más sus mismos sentimientos.