2° Domingo después de Navidad. Ciclo C. Domingo 2 de Enero de 2022

2° Domingo después de Navidad. Ciclo C. Domingo 2 de Enero de 2022

Ecle 24, 1-2. 8-12        “La Sabiduría hace el elogio de sí misma y se gloría en medio de su pueblo”

Ef 1, 3-6. 15-18            “El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo”

Jn 1, 1-18                     “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

Evangelio

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo. De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

El prólogo de San Juan

En este segundo domingo de Navidad, la liturgia nos presenta y nos lleva, con el texto del Evangelio, a meditar en el origen divino de Jesús, al que San Juan llama la Palabra, luego de contemplarlo frágil y pobre recostado en un pesebre.

Con este himno a la Palabra, comienza el evangelio de San Juan. Los otros evangelios comienzan con el origen histórico del Señor. Por eso a este apóstol y evangelista, se lo retrata en la iconografía cristiana, con la figura del águila, por el elevado vuelo que propone al corazón del hombre.

En el prólogo como así se la llama tradicionalmente a esta perícopa, están presente, como en semilla, todos los grandes temas que luego se desarrollaran en el Evangelio.

Comienza diciendo, que al principio, frase que no hace pensar en el primer libro de la Biblia, el Génesis, que también se inicia de la misma manera, motivo por la cual va a dar nombre a ese libro.

Al principio existía la Palabra: esta afirmación testimonia la preexistencia eterna del Verbo o Palabra, en el seno del Padre, o de la Santísima Trinidad. La anterioridad del Verbo es con relación a todo lo creado

Y la Palabra estaba junto a Dios, y la palabra era Dios: Esta breve sentencia muestra la presencia eterna en Dios de la Palabra, su distinción con Dios Padre y su divinidad, afirmando que era Dios.

Todas las cosas fueron hechas por la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe: el conjunto de todos los seres existen fuera de Dios y de su Palabra, empiezan a existir en un momento determinado del tiempo, y este paso del no ser al ser es efectuado por medio de la Palabra de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad.

Este hermosísimo pasaje bíblico inspira esta frase a San Agustín: Debería estar escrito con caracteres de oro y expuesto en todas las Iglesias en los lugares más destacados. (La ciudad de Dios 10, 29) Seguramente esta fue la razón por la cual en la misa de forma extraordinaria, que el Papa Benedicto XVI, ha permitido celebrar, con las nuevas Normas del Papa Francisco, se encuentra en una pequeña tabla colocada sobre lado izquierdo del altar, este texto, que el sacerdote lo lee al final de la Misa.

San Juan habla no solo de Jesús, como la Palabra sino también lo llama con otros títulos, que se profundizarán en el Evangelio: la vida, la luz, la verdad, la gracia.

La referencia a San Juan Bautista, esta marcada por su misión de preparar el camino al Señor, como el precursor, el último de los profetas, la voz, el enviado, el testigo. Dice el evangelista: El no era la luz, sino el testigo de la luz.

Que podamos convertir este texto en tema de oración, meditación y acción.

La Palabra se hizo carne

Esta Palabra, se hará carne, hombre, cuerpo y alma, según una manera bíblica de hablar, tomará la carne de la carne de Santa María Virgen, y nacerá por nosotros y nuestra salvación.

La teología acuñó una expresión, para hablar más sintéticamente de esto: la encarnación. Dios, se hizo hombre, se metió en la historia, para ser Señor de la Vida y de la Historia, para ser el Emanuel, Dios con nosotros. Dice San Juan que habitó entre nosotros o puso su tienda entre nosotros, para recordar el tabernáculo o tienda que acompañaba a los hebreos durante el éxodo de Egipto, en el que Dios residía en medio de su pueblo. La humanidad de Cristo es el nuevo Tabernáculo de la Nueva Alianza, el lugar perfecto de la Presencia divina. Así lo anuncia la primera lectura, que hace un elogio de la Sabiduría, con destellos proféticos de la encarnación de la Palabra. Dice el libro del Eclesiástico: El Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, él me dijo: Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel.

La Palabra asumió la naturaleza humana, igual a nosotros menos en el pecado. Dice San Irineo, que lo que nos asumido no es redimido. Para salvar una situación hay que meterse y comprometerse. Esta pedagogía divina es también un indicio del trabajo de la Iglesia en el mundo y de cada uno.

La palabra se hizo carne. Podemos pensar que esta Palabra que se proclama en el Evangelio cada domingo, como primera parte de la misa, se hace carne, o eucaristía por nosotros, cuando en la segunda parte de la misa, en el momento de la consagración, Dios se esconde en la hostia, con su cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad. Significa que tenemos que encarnar la palabra en nuestra vida, en nuestro corazón, para darlo luego a los demás. Si esta encarnación, no es posible la evangelización, habría un divorcio, entre fe y vida, entre palabra y testimonio, entre hablar y obrar.

Hijos de Dios

Dios se hizo hombre, para que el hombre se haga Dios o llegue a Dios. Jesús es la plenitud de la revelación, el rostro humano de Dios y el rostro divino de los hombres. El hijo de Dios, nos hace hijos en su Hijo. Dice el texto. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ser hijos de Dios, y en verdad los somos, es la fuente de nuestra fe y esperanza. Esta relación filial con Dios, a quien tratamos como Abba Padre, nos hace renovar la entrega y la confianza de que estamos en su manos amorosas, y que todo nos sirve para nuestro bien.

Dirá San Pablo es ese bello himno cristológico de la segunda lectura a los Efesios: El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de al gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.

Por el bautismo nos transformamos en Hijos de Dios, y con la gracia divina, queremos comportarnos como verdaderos hijos de un Padre del Cielo, que nos ama.

Cuando le preguntaron al Papa San Juan Pablo II, donde estaba Dios, la respuesta de su amigo, fue muy buena: Dios esta donde se lo deja entrar.

Que en este tiempo de Navidad, dejemos entrar a Dios, no nos quitará la libertad ni será un estorbo en nuestra vida, al contrario, El será nuestra plenitud, nuestra gloria, nuestro gozo.
Feliz y Santo Año Nuevo 2022

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario