Solemnidad del Corpus Christi. Domingo 14 de junio de 2020

Solemnidad del Corpus Christi. Ciclo A. domingo 26 de junio de 2011

Dt  8, 2-3.  14b-16a    “Te dio un alimento que ni tú ni tus padres conocían”

1º Cor  10, 16-18        “Hay un solo pan. Todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo”

Jn  6, 51-58                 “Mi carne es la verdadera comida, y mi sangre, la verdadera bebida”

Evangelio

“Jesús dijo a los judíos: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo. Los judíos discutían entre sí, diciendo: ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne? Jesús les respondió: Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.  Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.  Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.  Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”

Comentario

Bella como la luna, brillante como el Sol (Cantar de los Cantares 6,10)

Este texto puede resumir el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, solemnidad conocida como el Corpus Cristi. En la procesión que se realiza por las calles, el Señor Sacramentado esta protegido por una custodia, que habitualmente tiene la forma de sol. De esta manera la presencia de Jesucristo Vivo, resplandece por su santidad y gloria, como los rayos del Sol, para que toquen nuestros corazones endurecidos, indiferentes y tibios, y la blancura purísima de la hostia, encandile por su belleza y fascine por su fulgor en nuestra alma y en nuestra mirada, de modo que vivamos la bienaventuranza de Jesús: “Felices los que tiene el corazón puro porque verán a Dios” (Mt 5, 8)

Dos hechos históricos fueron preparando esta fiesta: 1º- la visión de Santa Juliana de Mont Cornillon, monja Belga, que en el año 1208 al contemplar una luna llena con un radio negro, entendió que faltaba una solemnidad en el año litúrgico para celebrar el misterio de la Eucaristía. 2º- el milagro de Bolsena, Italia. El Padre Pedro de Praga, dudaba sobre la presencia real de Jesús en la hostia consagrada. Al celebrar misa en esa localidad, levantando la hostia, comenzó a sangrar, llenando el corporal de la preciosa sangre del Señor. La noticia del prodigio llegó pronto al Papa Urbano IV, que se encontraba en Orvieto, ciudad cercana a Bolsena. Hizo traer el corporal y, al constatar los hechos, instituyó la Solemnidad de Corpus Christi. El mismo Papa Urbano IV encargó a Santo Tomás de Aquino la preparación de un oficio litúrgico propio para esta fiesta y la creación de cantos e himnos para celebrar a Cristo Eucaristía. Entre los que compuso está la sublime secuencia “Lauda Sión” que se canta en la Misa de Corpus Christi.  El año 1290 el Papa Nicolás IV, a petición del clero y del pueblo, colocó la primera piedra de la nueva catedral de Orvieto donde aun se encuentra la sagrada reliquia.

El pan del Peregrino

Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años… No olvides al Señor, tu Dios, que en el desierto te alimentó con el maná, un alimento que no conocieron tus padres”. Moisés recuerda a su pueblo, las proezas de Dios en el desierto, su amor paternal y su acompañamiento permanente. Tampoco nosotros, no olvidemos el camino de la vida, nuestros años recorridos en el desierto y oasis de esta existencia, ni olvidemos al Señor de la Vida, que nos sostiene con su gracia y con su amor. Pero Dios no es solo un recuerdo o una memoria de hechos y sucesos de nuestro peregrinar. Dios es presencia. Si dio el maná su pueblo, ahora nos da el verdadero pan del cielo, su presencia es eucarística. Dice el texto del evangelio: Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”

Jesús mismo ha dicho: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Él es el nuevo maná, que sostiene, alimenta, y deleita el alma cansada y necesitada de su fuerza divina.

Jesús en este discurso del pan de Vida, nos invita a comer, a alimentarnos. “El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Pero también a beber, a calmar nuestra sed: “Y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.” Estas palabras misteriosas, que escandalizaron a los presentes, confirman que no hablaba el Señor en forma simbólica, sino de modo verdadero. El verbo daré, en futuro, esta anunciando el acontecimiento de la última cena, donde Jesús instituirá el misterio eucarístico, la noche del jueves santo en el cenáculo.

Al recibir al Señor, lo estamos recibiendo sacramentalmente, oculto bajo las apariencias de pan y vino, que son don de Dios y fruto del esfuerzo y del trabajo del hombre. En la recepción del cuerpo y la sangre del Señor, estamos recibiéndolo a El mismo. La carne, el cuerpo, simboliza la vida, la sangre, como entrega, simboliza la muerte. Vida y muerte, es su propio misterio pascual.

El himno en forma de secuencia; Lauda Sión, que se leerá en la liturgia, sintetiza aspectos teológicos de esta fiesta. Rescatamos algunos pasajes:

Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo. Lo que no comprendes y no ves es atestiguado por la fe, por encima del orden natural. Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades. Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero. Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo. Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado. Es muerte para los pecadores y vida para los justos;
mira como un mismo alimento tiene efectos tan contrarios. Cuando se parte la hostia, no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero. La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida. Este es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros.

La comunión

La comunión no es solo el momento litúrgico de recibir verdaderamente al Señor, sino es la unión común con los  hermanos que comparten la misma fe y el mismo pan. San Pablo en la segunda lectura así lo afirma: “Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan”

Sabemos que podemos recibir al Señor dignamente y con las debidas disposiciones, en estado de gracia o libres de pecados mortales, con una hora de ayuno, modestamente vestidos y con piadosa devoción. Actualmente los fieles pueden comulgar en la boca o en la mano, de pie, pero también de rodillas. Lo dice claramente la instrucción de la Santa Sede del año 2004, Redemptionis Sacramentum  en el Nº 90:

“Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos, con la confirmación de la Sede Apostólica. Cuando comulgan de pie, se recomienda hacer, antes de recibir el Sacramento, la debida reverencia, que deben establecer las mismas normas”

            La comunión, dijo el Beato Manuel García, algo tan pequeño que hace cosas tan grandes. Esto tiene que despertar en nosotros, lo que decía el nuevo Beato Juan Pablo II; el asombro eucarístico, y también el hambre de Dios. La comunión se convierte en una necesidad vital para el alma.

Concluimos con un pensamiento válido e interesante del padre Rainero Cantalamessa:

Conocemos diversos tipos de comunión. Una comunión bastante íntima es la que se produce entre nosotros y el alimento que comemos, pues éste se hace carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. He oído a madres decir a su niño, estrechándole hacia su pecho y besándole: ¡Te quiero tanto que te comería a besos! Es verdad que la comida no es una persona viva e inteligente con la que podemos intercambiar pensamientos y afectos, pero supongamos por un momento que lo fuera. ¿Acaso no se tendría la perfecta comunión? Pues es lo que precisamente sucede en la comunión eucarística. Jesús, en el pasaje evangélico, dice: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo… Mi carne es verdadera comida… El que come mi carne tiene vida eterna». Aquí el alimento no es una simple cosa, sino una persona viva. Se tiene la más íntima, si bien la más misteriosa, de las comuniones.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario