Domingo 6° Tiempo Durante el Año. Ciclo B. Domingo 14 de Febrero de 2021

Domingo 6º Tiempo Durante el Año. Ciclo B. domingo 14 de Febrero de 2021

Lev 13, 1-2. 45-46                             “El leproso vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento”

1º Cor 10, 31-11, 1                            “Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo”

Mc 1, 40-45                                        “La lepra desapareció, y quedó purificado”

Evangelio

En aquel tiempo:
Se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

Comentario

Los intocables

Muchos recordaran la famosa serie televisiva policial, “Los intocables” basada en la lucha de Eliot Ness, y sus agentes contra la mafia y el hampa de Chicago de los años 30. Eran intocables por ser incorruptos ante el crimen y el mal organizado. Podemos tomar esta palabra para comenzar a introducirnos en el evangelio de este domingo, donde Jesús cura a un intocable, es decir un leproso. Así estaban catalogados y estigmatizados los que padecían esta enfermedad y esta impureza ritual, que les impedía participar de la vida social y cultual de la época, llevando una vida de soledad, marginación, olvido y muerte. Ante el peligro de contagio, los leprosos habitaban en lugares desiertos, u oscuros como los cementerios. La primera lectura de la misa de este domingo, habla justamente de esta situación:

“La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: « ¡Impuro, impuro!». Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento”.

Cuando alguien se curaba de la lepra, se tenía que presentar al sacerdote para certificar realmente su curación y poder integrarse nuevamente a la comunidad. Pero detrás de esta terrible enfermedad había también un concepto equivocado. Se creía que el que padecía este mal físico, era como un castigo por su pecado. Por lo tanto había una impureza física y también una impureza moral, que tenía que sufrir el leproso.

Jesús es abordado por un leproso, que no solo tenía la enfermedad, sino que quería curarse de ella. Se le presenta la oportunidad de su vida, ya que la fama de taumaturgo de Jesús se había extendido por toda esa región de Galilea. Y no la deja pasar. Veamos los gestos y palabras que realiza el leproso:

“Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: Si quieres, puedes purificarme”

Vemos la fe y la audacia de este hombre, que rompiendo todas las normas legales se le acerca al Señor para pedirle que lo ayude, que tenga piedad de Él. Por eso con humildad y respeto, cae de rodillas, rendido de llevar su enfermedad y haciéndose pequeño ante el Señor, para suplicarle la gracia de su purificación, a aquel que realmente podía hacerlo, si lo quería.

Ante esta escena emocionante, vemos ahora las palabras y gestos de Jesús, que sorprenden a todos.

“Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”

El corazón del Señor se conmovió, quedó como impactado por la sencilla petición del leproso, y lleno de compasión, hace algo realmente peligroso e increíble: extender la mano y tocarlo. Dejo de ser el intocable para convertirse en el curable, liberándolo de los dos estigmas, por eso dice queda purificado y no curado, que eran el físico y el moral. Junto con este milagro inmediato, le recuerda que el no vino a abolir la ley sino a llevarla a plenitud, por eso le repite lo establecido por Moisés: presentarse al sacerdote y entregar la ofrenda para que reconociera su curación. Y si respetar ni el silencio ni lo mandado por Jesús, lleno de alegría comienza a divulgar lo sucedido, se convierte en el apóstol de la purificación

La nueva lepra

Detrás de este milagro se esconde también otra cosa. La lepra es símbolo del pecado, el alma se mancha y se infecta, aleja de Dios, del culto, de los hermanos, y la vida comienza a experimentar la soledad, la marginación y la tristeza.

La purificación del leproso, nos invita a recordar que todos, hasta los que podemos llamar impuros, incurables o intocables de la sociedad, (enfermos del sida, drogadictos, alcohólicos, etc.) pueden acercarse al Señor, y quedar limpios. Muy bien lo explica el Padre Loring, sacerdote Jesuita

“Este Evangelio de hoy, como otros más, nos trae un primer y claro mensaje: «también los considerados impuros» por la sociedad y el culto antiguo, pueden acercarse a Jesús y por medio de él a Dios. Lo que Dios mira es la pureza interior. Para Dios, todo hombre está llamado a la fe y a la santidad por el solo hecho de ser hombres. Ese «leproso», también nos representa a nosotros, porque también nosotros estamos manchados por el pecado. El Señor hoy también quiere purificarnos a cada uno si se lo pedimos con humildad como el leproso. Dios quiere que todos los hombres sean «puros», es decir que estén en comunión con Dios y en comunión con todos los hermanos. El leproso es curado porque reconoce su enfermedad. Si queremos que Dios nos perdone tenemos que reconocer que somos pecadores. Hoy muchos dicen que no se arrepienten de nada. No pueden ser perdonados. 10.- Es condición indispensable para que Dios perdone el arrepentimiento, que le pidamos perdón”.

Por el sacramento de la reconciliación o confesión somos purificados de nuestra lepra. Las actitud del leproso, vuelven aparecer cuando nos confesamos. Movidos por la gracia de Dios, nos acercamos de rodilla a pedir a Dios, por medio del sacerdote, que nos limpie de nuestros pecados. El sacerdote no toca con su mano y nos despide curados y certifica con la absolución nuestro arrepentimiento. Volvemos alegres a la comunión con el Señor, con el culto, y con los hermanos, y también nos convertimos en testigos de la purificación cuando proclamamos a otros que pueden curarse de la lepra espiritual del pecado.

El salmo 31, remata este pensamiento con estas palabras:

“Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: «Confesaré mis faltas al Señor». ¡Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado!”

En la historia de la Iglesia hay testimonios heroicos de acercamiento y piedad hacia los leprosos. Un hecho muy conocido es el de San Francisco de Asís. Escuchemos al biógrafo:

“Y un día en que iba por el camino hacia Foligno, rezando y meditando, de pronto su caballo se detuvo con una brusca sacudida. Allí en el camino había un horroroso enfermo de lepra que extendía hacia él sus manos carcomidas, pidiendo una limosna. El primer impulso de Francisco fue salir huyendo. Su sangre se le encrespó y el asco le llegaba hasta el cuello ahogándolo.

Pero en aquel momento recordó las palabras de Jesús «Todo el bien que hacéis a los demás, aunque sea el más humilde, a Mí me lo hacéis». Y le vinieron muy claras a su memoria las palabras oídas poco antes en la oración: Tienes que empezar a amar lo que va contra tu sensualidad y que te produce asco y antipatía. Yo haré que empieces a sentir verdadero gusto por lo que va contra tu sensualidad».

Y dominándose a sí mismo saltó del caballo. Se acercó al leproso, lo saludó cariñosamente y colocando una limosna en su mano carcomida, lo tomó entre sus brazos y lo besó con fuerza una y otra vez, y enseguida besó también aquellas manos destruidas por la enfermedad. Y diciéndole cariñosamente: «Dios sea contigo, que el Señor te acompañe». Subió de nuevo a su caballo y se alejó.  Cuando Francisco volvió a ver por donde andaba ya no estaba. El leproso desapareció y Francisco había superado la prueba. ¡Bendito sea Dios!”

Otro es el de la película el Cuarto Rey Mago, una de las tres piedras preciosas que tenía Artabán, el cuarto rey, la entrega para ayudar a un leproso y luego conmovido por la situación de pobreza y necesidad se queda a vivir con ellos.

El apóstol de los leprosos fue San Damián de Veuster, o de Molokai, (1840- 1889) sacerdote misionero belga, de la congregación de los Sagrados Corazones, venerado especialmente por los habitantes de la isla de Molokai, en el reino de Hawai, donde vivían los leprosos, y a la cual consagrará su vida por ellos, contagiándose el mismo la enfermedad. Fue canonizado el 11 de octubre de 2009. Este santo sacerdote vivió plenamente lo que dice San Pablo en la segunda lectura de la misa:

“Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse”.

Si Jesús, curo al leproso, también él se hizo leproso por nosotros, para purificar nuestros y salvarnos de nuestras esclavitudes. Nos despedimos con estas palabras del Papa Benedicto XVI

“Como había profetizado Isaías, Jesús es el Siervo del Señor que «cargó con nuestros sufrimientos y soportó nuestros dolores» (Is 53, 4). En su pasión llegó a ser como un leproso, hecho impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hizo por amor, para obtenernos la reconciliación, el perdón y la salvación. En el sacramento de la Penitencia Cristo crucificado y resucitado, mediante sus ministros, nos purifica con su misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre celestial y con los hermanos, y nos da su amor, su alegría y su paz”. (Ángelus 15 de febrero de 2009)

 Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario