Solemnidad de Pentecostés. Ciclo A. Domingo 31 de Mayo de 2020

Domingo de Pentecostés. Ciclo A. domingo 31 de mayo de 2020

 

Hc  2, 1-11                            “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar”

1  Cor 12, 3-7. 12-13           “Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu”

Jn  20, 19-23                        “Soplo sobre ellos y añadió: reciban al Espíritu Santo”

Evangelio

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.

Comentario

Un nuevo Pentecostés

Al llegar el día de Pentecostés: Esta fiesta judía, significa 50 días. Era una de las tres grandes fiestas que tenía el pueblo hebreo, junto con la Pascua y la fiesta de las carpas o tiendas, que recordaba la travesía en el desierto. Su origen, era festejar el final de la cosecha de los cereales, dar gracias a Dios y ofrecer sus primicias. Después se añadió, el motivo de conmemorar la promulgación de la ley dada por Dios a Moisés en el monte Sinaí, pasado cincuenta días del acontecimiento pascual, cuando eran esclavos en Egipto. En ese momento, Dios hizo una alianza con su Pueblo, entregando la ley, o los mandamientos, escritos en dos tablas de piedra, como un testimonio grabado para siempre.

En esa teofanía o manifestación de Dios, aparecen ruidos, vientos y fuego. Dice Éxodo 19, 16-19: “Al amanecer del tercer día, hubo truenos, relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompetas. Todo el pueblo…se estremeció de temor…la montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella en el fuego.”

La primera lectura narra el nuevo pentecostés. Como lo había indicado el Señor, los apóstoles junto con María, la Madre de Dios, estaban reunidos en el cenáculo, esperando la promesa de Padre, donde serían bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días (Hc 1, 5). Llegados esos diez días, luego de la Ascensión de Jesús a los cielos, “estaban todos reunidos en el mismo lugar”. Dentro de ese clima de oración y fraternidad, suceden cosas maravillosas y vuelven a aparecer los signos de la teofanía del Sinaí: el ruido, el viento y el fuego.

            De pronto, de repente, ese domingo, el primero de la semana, “vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento”. Del cielo, de Dios, llega el Espíritu Santo, como un fuerte viento, que hace sentir su presencia, que sacude, e impacta en el lugar, mueve, refresca y orea el corazón de los presentes. Dice el Catecismo: “El término Espíritu traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. (Nº 691)

Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos”. El fuego, que con sus propiedades quema, calienta, purifica, ilumina, es otro simbolismo del Espíritu Santo. Así lo dice también el Catecismo: “el fuego significa la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo” (Nº 696)

“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”. Esta es la gracia del Espíritu, y su efecto principal,  “quedar llenos del Espíritu Santo”. Así como María, Madre de Dios, quedó llena del Espíritu y engendró en su seno purísimo a su Hijo Jesús, en el acontecimiento de la anunciación (Lc 1, 26-38)  de manera similar, María, trae al Espíritu Santo, para engendrar a los hijos, del Hijo de Dios, sus discípulos, a la Iglesia, que hoy nace para Dios y el mundo.

Las lenguas, evoca por contraste la confusión de lenguas en la historia de Babel, (cfr. Gn 11, 19) esto es un nuevo Babel, abierto a la catolicidad del mundo. El Concilio Vaticano II, trae al respecto un hermoso texto: “Sin duda, el Espíritu Santo actuaba ya en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés vino sobre los discípulos para permanecer con ellos para siempre; la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación; fue, por fin, prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe, por la Iglesia de la Nueva Alianza que habla en todas las lenguas, comprende y abraza en el amor a todos los pueblos, superando así la dispersión de Babel” (Documento Ad Gentes 4)

Se abrieron las puertas de la misión

El texto del evangelio presenta algunas similitudes con el acontecimiento de Pentecostés. Ocurrió en domingo, seguramente en el mismo lugar, el cenáculo, recibieron los apóstoles el soplo del Espíritu para el perdón de los pecados, infundiendo en ellos una nueva vida, como cuando Dios insuflo en el hombre el aliento de vida. (Gn 2,7). También hay algunas diferencias. Los discípulos estaban con miedo, tenían cerradas las puertas de la casa y del corazón. Esa tarde Jesús resucitado se aparece repentinamente ofreciendo la paz, y trayendo la alegría a su corazón. El día de Pentecostés, los Apóstoles, los discípulos, junto a María, reciben la visita del Espíritu Santo, estando en un ambiente de expectación y oración, no siendo la presencia del Espíritu un soplo, sino un viento impetuoso, acompañado del fuego y de las lenguas. El suceso del domingo de Pascua, del paso de Jesús, de la muerte a la vida, va a preparar como la pascua del Espíritu, el paso de la vida a la misión. El envió que hace Jesús a los apóstoles se cumple en Pentecostés, se abren las puertas, cerradas por el miedo, para todos los pueblos, el temor se convierte en valor, la pasividad en valentía, y la tristeza en alegría. En el cenáculo de Pentecostés no solo se abrieron las puertas de la misión sino que las diferentes lenguas de los presentes que escucharon el ruido, entraron al cenáculo. “¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?” Este salir y entrar es propio del Espíritu que invita a la oración y la manifestación, a la misión y al testimonio.

El Espíritu hace nacer a la Iglesia, como el Pueblo de la nueva alianza, que no está ahora en el monte Sinaí, sino en un recinto pequeño como el cenáculo. Ahora la ley de los mandamientos está vivificada por la ley del Espíritu, no solo escrita en tablas de piedra sino en el corazón de los creyentes. El Espíritu se convierte en el alma de la Iglesia, el protagonista de la evangelización y el que suscita los dones, y organiza la jerarquía. Carisma y Jerarquía no se excluyen, sino que se necesitan y se complementan. Dirá San Pablo en la segunda lectura: “hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.

Este Espíritu Santo, santifica propiamente a la Iglesia y a sus miembros. San Gregorio decía magníficamente: “El Señor Jesús es el modelo de la vida, el Espíritu Santo, el modelador, y la Virgen María, el molde”. Es Espíritu de renovación, no de relajación, espíritu de unidad, no de división o de cisma, espíritu de verdad, no de falsedad. El Espíritu, confirma nuestra fe, para el testimonio del Señor en el mundo y la Iglesia. Celebrar Pentecostés, es celebrar nuestra propia confirmación y anunciar el sacramento a todos aquellos que se están preparando o que no han recibido la fuerza divina de lo alto. El Espíritu, es el don del Padre y del Hijo, es su amor Trinitario. Por el recibimos los siete dones, sabiduría, para saborear las cosas de Dios, entendimiento, para abrir la mente a la palabra de Dios y de la Iglesia, ciencia, para descubrir en las maravillas de la creación y del mundo la mano de Dios, consejo, para iluminar con la palabra a un hermano confundido, piedad, actitud devota y abierta a la religiosidad y a la contemplación, fortaleza para sobrellevar las contrariedades del testimonio y la valentía del anuncio, y temor de Dios, el respeto filial y cariñoso hacia un padre que nos ama y que intentamos no ofender. La vivencia del los dones, trae también los frutos, que enumera San Pablo en Gálatas 5,22 -23: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Catecismo 1832)

Que en esta solemnidad de Pentecostés, hagamos nuestra la antífona del Salmo 103: “Señor, envía tu Espíritu y renueva la superficie de la tierra” y que saboreemos en nuestro corazón y en nuestra vida, la magnífica oración de la secuencia: “Ven Espíritu Santo y envía desde el cielo un rayo de tu luz, Ven Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz”

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario