Domingo de la Santísima Trinidad. Ciclo A. Domingo 7 de Junio de 2020

Santísima Trinidad. Ciclo A. domingo 19 de junio de 2011

Ex       34, 4b-6. 8-9             “El Señor es un Dios compasivo y bondadoso”

2 Cor  13, 11-3                     “La gracia Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo”

Jn         3, 16-18                   “Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por El”

Evangelio

“Si, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.

Comentario

El misterio de la Santísima Trinidad

La liturgia de este domingo, celebra el misterio central de nuestra fe, el misterio de la Santísima Trinidad, expresión que no se encuentra literalmente en la Sagrada Escritura, pero si su sentido y contenido, que fue reflexionando la teología a lo largo del tiempo hasta encontrar una fórmula dogmática que de alguna manera expresara la intimidad de Dios. El Señor Jesús revelará el secreto de la Trinidad, al ser enviado por el Padre y enviar ambos al Espíritu Santo. Por eso esta solemnidad está ubicada después de la celebración de Pentecostés, para manifestar la acción de las tres divinas personas en la historia de la Salvación. En tres fiestas podemos contemplar el desarrollo del misterio Trinitario: La navidad, El Padre, la Pascua, el Hijo, y Pentecostés, El Espíritu Santo.

Dice muy bien el Padre Cantalamessa: “El pueblo hebreo adoraba un solo Dios, conocía la unidad absoluta, no la distinción. Los pueblos paganos adoraban muchos dioses, conocían la distinción pero no la unidad. La fe católica conoce la unidad en la distinción: un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo”

La primera lectura presenta el encuentro de Moisés con la grandeza de Dios, en esa admirable teofanía: “El Señor pasó delante de él y exclamó: El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad. Moisés cayó de rodillas y se postró”

            El autor sagrado presenta la imagen autentica de Dios y sus entrañas de compasión con el pecado de su pueblo. La actitud propia del creyente ante la majestad, hermosura, y bondad de su Dios, es lo que hizo Moisés: cayó de rodillas y se postró, como el que se encuentra desbordado ante el misterio, manifestando la humildad del corazón, rendido ante un Dios, que es cercano como amigo y grande como Dios.

El asombro, la admiración, ante las maravillas creadoras que Dios regaló al hombre, causan en nosotros una súplica de alabanza, adoración, y gratitud, gestos propios de esta fiesta.

La revelación de Dios es progresiva. Si ya había atisbos, o insinuaciones en el antiguo testamento  sobre este misterio, su plenitud se alcanzará con la venida del Hijo de Dios. San Pablo en la segunda lectura, concluye su carta con un saludo trinitario, acentuando un aspecto de cada persona divina: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes”.

            El prefacio de la misa de esta solemnidad sintetiza magníficamente el credo trinitario:

“En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno: Que con tu Hijo único y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no una sola Persona, sino tres Personas distintas de una misma naturaleza. Cuanto creemos de tu gloria, Padre, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia alguna. Por eso, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad, adoramos a tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en dignidad”.

La Trinidad en nosotros

Este misterio que rebasa nuestra capacidad humana para entenderlo, pero no nos libera para atenderlo. Atender a la Trinidad: no es algo que solo está fuera de nosotros, sino que ya por el bautismo y por la gracia,  está en nosotros. Como dice San Juan; “Iremos a él y habitaremos en él”. Este plural insinúa la presencia trinitaria en nuestros corazones. Este descubrimiento que creemos, es una gracia que produce gran consuelo. Dios no es soledad, es como una familia en comunión eterna. Así lo entendió la Beata Isabel de la Trinidad, que llamaba mis Tres a este misterio: “Yo encontré el cielo en la Tierra, porque el cielo es la Trinidad y la Trinidad esta dentro de mí”. El propio catecismo de la Iglesia Católica trae una hermosa oración compuesta por la santa:

“Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora” (Beata Isabel de la Trinidad, Oración)

Solo el amor de Dios, puede ayudarnos a comprender el misterio de Dios. Dice el evangelio de la Misa: “Si, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”

En la vida humana para compartir el amor, sea de amistad, conyugal, familiar se necesita otra persona y el vínculo entre ambos: el que ama, el que es amado y el amor, como corriente entre ambos. Es una manera de acercarnos a este misterio Trinitario de amor infinito y gratuito de Dios, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Esta breve explicación, necesita también una aplicación. Las lecturas no son textos pasados sino que son para la vida. Son anuncio y exigencia. Nos puede ayudar a meditar en tres cosas: 1- Este misterio de las tres divinas personas, nos  invita a pensar y examinar como estamos tratando a las personas humanas, sean cercanas o lejanas. ¿Respetamos sus derechos? ¿Somos violentos, resentidos o despreciativos? 2- Si entre las personas divinas hay una relación de comunión y amor ¿Cómo son nuestros vínculos con los hermanos? ¿Están animados por el interés, el egoísmo, la hipocresía?  3- Si adoramos a la Santísima Trinidad: ¿no tendremos otros dioses dando vuelta, como el dinero, el placer, el poder, los tres dioses de este mundo? ¿puedo tener otros dioses a los que le tributamos pleitesía y adoración?

Por eso el misterio de la Santísima Trinidad es el modelo de toda vida comunitaria, sea religiosa, familiar, parroquial, escolar, social u otro modo de asociación. Reconocemos que hoy existen focos de división, enfrentamiento, exclusión, odios, que son la otra cara oscura de la vida. Pero también hay pequeños grupos, con diferencias legítimas, que viven el ideal de la unidad y la fraternidad. La vida relacional Padres, Hijos y Amor familiar son fundamentos básicos en la construcción de una sociedad, que tienen como modelo e ideal la vida propia del misterio trinitario.

Esta fiesta de nuestra fe, se manifiesta también, en que el nombre de Trinidad no solo es el nombre propio de algunas personas, sino de algunas localidades o por ejemplo el puerto de la Santísima Trinidad y de Nuestra Señora de los Buenos Aires.

El misterio de la Santísima Trinidad orienta la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia, en sus oraciones, ritos y ceremonias. También la fe se trasluce y se plasma en el arte, las imágenes, las pinturas, como los íconos orientales, donde Cristo, bajo la forma de Pantocrátor (el que todo lo gobierna) aparece como el revelador de la Santísima Trinidad, al bendecir a la humanidad con su mano derecha y tres dedos, que representan este misterio insondable y admirable.

Cuando recemos el Credo, la oración del gloria de la Misa, o la simple alabanza Trinitaria, gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que el corazón se eleve a las alturas de Dios, pero también al fondo de nuestro corazón, donde quieren habitar como en un templo.

Concluimos con algunas textos de la famosa oración de San Atanasio, llamada el Quicumque, palabra con la que comienza esta profesión de fe: “Y en esa Trinidad nada hay anterior o posterior, nada mayor o menor: pues las tres personas son coeternas e iguales entre sí. De tal manera que, como ya se ha dicho antes, hemos de venerar la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad. Amen.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario