Domingo 23°. Tiempo durante el año. Ciclo B. Domingo 5 de septiembre de 2021

Domingo 23º Tiempo durante el año. Ciclo B. domingo 5 de septiembre de 2021

 Is 35, 4-7a                             “Sean fuertes, no teman; ahí está su Dios”

Stgo 2, 1-7                            “No hagan acepción de personas”

Mc 7, 1-7                               “Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”

Evangelio

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efetá», que significa: «Ábrete». Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Comentario

 Los nuevos sordomudos

El evangelio del domingo pasado, traía la enseñanza sobre lo puro y lo impuro, hechos ocurridos en la región de Galilea. Ahora Jesús empieza a incursionar en tierra extranjera, en la región de Tiro, comenzando con la curación de la hija de la Cananea, pasaje que omite la liturgia para continuar con el texto de este domingo, donde inicia el relato; “cuando Jesús volvía de la Tiro, pasó por Sidón, atravesando el territorio de la Decápolis”, poblaciones en su mayoría paganas, como un anticipo de la universalidad de la salvación, donde le presentan a un sordomudo para que sea curado. Jesús rompe las fronteras raciales y religiosas para acercarse también a los enfermos, con un corazón lleno de misericordia y compasión.

La llegada del Mesías, era un tiempo de abundancia de bienes de salvación y de curación. Así lo expresaba San Lucas, cuando Jesús visito la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21). La primera lectura presenta un anuncio futuro de esta promesa. El pueblo de Israel, desanimado por estar exiliado en tierra extranjera, a causa de su propio pecado, experimentará el retorno, cambiando su situación de desamparo y esclavitud, por un tiempo nuevo de justicia y esperanza.

Dice el texto de Isaías:

“Digan a los que están desalentados: Sean fuertes, no temas; ahí está su Dios… el mismo viene a salvarlos…se abrirán los ojos de los ciegos, y se destaparán los oídos de los sordos…la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto”

El propio pecado, causó el alejamiento de Dios, y se volvieron insensibles a la voz del Señor, como sordos, ciegos y mudos espirituales. Y esto es lo que ocurre también a la humanidad y a cada uno, cuando desconectados de Dios, comenzamos a perder comunicación con él y los sentidos del alma se embotan y pierden la sintonía espiritual, no solo con el Señor, sino también con el prójimo. Pero la acción de Dios puede cambiar la situación de un pueblo y de los creyentes, cuando advierten su pobre situación y se arrepienten.

Ahora Jesús, el enviado de Dios, viene a concretar esta esperanza. No solo cura milagrosamente al sordomudo, sino también que se hace cercano a él, entra en contacto con la enfermedad y toca su cuerpo, con gestos de poder, sus dedos en las orejas, de amistad, pone saliva en su lengua, de suplica, levantando los ojos al cielo, y de eficacia; Éfeta, ábrete, y en ese momento se curó.

La expresión de admiración del pueblo, confirma este milagro y otros: “todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Jesús guarda el secreto mesiánico, esperando, sin lograrlo que no se divulgue esta curación, para que no se distorsione o confunda el sentido de un mesianismo temporal o triunfalista, que se entenderá en su verdadero alcance, con su muerte en la cruz.

Jesús como médico divino, también hoy se acerca todo hombre que sufre en su cuerpo y en su espíritu, a pobres, débiles y enfermos, a esas personas discapacitadas, o con capacidades diferentes, que necesitan de la cercanía y el afecto de otros, para consolar y sanar las heridas de su alma. Hoy la mano de Jesús, se extiende a través de los cristianos, que obrando con misericordia, comparten y alivian a los que padecen distintas dolencias.

Es tan importante este poder sanador del amor, manifestado en el respeto y cariño, que es la base de la recuperación física y espiritual. Una anécdota que leí, no sé si sería real, pero me causo dolor, y reflexión, fue la de un gatito recién nacido y abandonado. Solo le daban de comer, pero nunca una palabra, un cariño, una distracción. Lamentablemente después de un breve tiempo, murió. Llevado al terreno humano también puede ocurrir, la gente se puede morir de soledad, disgusto y olvido. Jesús no pasó de largo, atendió y curó al enfermo.

Hoy también hay sordomudos espirituales. El Padre Rainiero Cantalamessa hace un brillante comentario de este texto del evangelio:

Somos sordos, por poner algún ejemplo, cuando no oímos el grito de ayuda que se eleva hacia nosotros y preferimos poner entre nosotros y el prójimo el «doble cristal» de la indiferencia. Los padres son sordos cuando no entienden que ciertas actitudes extrañas o desordenadas de los hijos esconden una petición de atención y de amor. Un marido es sordo cuando no sabe ver en el nerviosismo de su mujer la señal del cansancio o la necesidad de una aclaración. Y lo mismo en cuanto a la esposa.

Estamos mudos cuando nos cerramos, por orgullo, en un silencio esquivo y resentido, mientras que tal vez con una sola palabra de excusa y de perdón podríamos devolver la paz y la serenidad en casa. Los religiosos y las religiosas tenemos en el día tiempos de silencio, y a veces nos acusamos en la Confesión diciendo: «He roto el silencio». Pienso que a veces deberíamos acusarnos de lo contrario y decir: «No he roto el silencio».

 Jesús; la boca y el oído de Dios

Esta preocupación y compasión del Señor por el sordomudo, nos lleva a no despreciar ni discriminar a los pobres y enfermos. La carta de Santiago, aclara lo que es la acepción de personas, donde no podemos tratar con guantes de seda a las personas distinguidas y de forma despreciativa a los indigentes. Escuchemos:

“Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y dicen; siéntate aquí…y al pobre…quédate allí… ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes?…y sin embargo, ustedes desprecian al pobre…”

Si el Señor curó al sordomudo, El no es sordomudo, aunque a veces pensemos que no nos escucha y no nos habla. Jesús habla en su Palabra y en su Iglesia, el que a ustedes escucha, a mi me escucha, por la voz de los ministros. Pero también habla en los hermanos y en cada acontecimiento y sufrimiento. Hasta los silencios de Dios están llenos de palabras, que son también respuestas. Tenemos que preguntarnos por que canales de la vida, nos está hablando o comunicando con nosotros. El silencio del Sagrario, cuando rezamos frente a Él, está hablando, y de repente, aparece en el corazón un propósito, un afecto, una inspiración. Tampoco el Señor es sordo, escucha nuestras plegarias, aunque a veces nos haga esperar. Puede darnos algo ya, otras veces en otro momento y en otras ocasiones algo distinto, pero siempre dará cosas buenas a los que se lo pidan. Jesús es la boca y el oído de Dios.

Un desafió para todos es saber hablar y callar oportunamente, saber escuchar y no escuchar lo que no es debido. La prudencia sobrenatural es la llave para vivir esta realidad. Lo difícil es que a veces no llegamos a tiempo y otras a destiempo. Cuantas veces nos reprochamos que no hablamos, para aclarar, para corregir, para pedir, o para decir algo. De ese modo se hubiera solucionado un problema. En el extremo contrario sucede, que hablamos demás y fuera de lugar. Lo mismo ocurre con lo que escuchamos, no guardamos lo que oímos y otras no queremos escuchar lo no conviene a nuestra comodidad.

Pidamos al Señor, que nos ayude, pidamos a Jesús, que esa palabra, Éfeta, ábrete, vuela a resonar en nuestros corazones, porque así podremos mejorar nuestro dialogo con Dios, y nuestra atención a los hermanos, teniendo un oído en el Evangelio y otro en el prójimo.

Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario